En el año 2010 se inició la celebración del Bicentenario de 8 países de América Latina: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay y Venezuela

Cartas Pastorales

Argentina




Carta pastoral de los Obispos Argentinos
con ocasión del Bicentenario de Independencia


Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad
(2010 – 2016)
Documento de los Obispos al término de la 96ª Asamblea Plenaria

14 de noviembre de 2008


1. Los Obispos de la Argentina, nos dirigimos a todos nuestros hermanos que  habitan esta bendita tierra. Les escribimos desde nuestra fe como discípulos y misioneros de Jesucristo, «rostro humano de Dios y rostro divino del hombre»[1], porque «la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño. La Iglesia sabe, por revelación de Dios y por la experiencia de la fe, que Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza. Son las inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los pueblos. Por eso, todo signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y clama por Dios».[2]

Aportes para una nueva Nación

2. Muchos signos nos hacen pensar que está por nacer un país nuevo, aunque todavía no acaba de tomar forma. En los últimos años, gracias al diálogo, hemos vivido aprendizajes cívicos importantes. De manera institucional, logramos salir de una de las crisis más complejas de nuestra historia. Elegimos la no-violencia y se establecieron programas específicos para el cuidado de los más débiles. La experiencia histórica nos ha demostrado que por el camino de la controversia se profundizan los conflictos,  perjudicando especialmente a los más pobres y excluidos.

3. A partir de las crisis vividas, ya nadie cuestiona la necesidad de un Estado activo, transparente, eficaz y eficiente. Crecimos en la promoción de los derechos humanos, aunque todavía debemos avanzar en su concepción integral, que abarque a la persona humana en todas sus dimensiones, desde la concepción hasta la muerte natural[3]. También maduramos en la aceptación del pluralismo, que nos enriquece como sociedad, aunque todavía persisten resabios de antiguas intolerancias.

4. Por otro lado, hemos tomado conciencia que no hay democracia estable sin una sana economía y una justa distribución de los bienes[4], aunque entre todos debemos seguir trabajando a fin de hacerla realidad y que no quede sólo en una consigna o en un plano teórico o meramente emotivo[5]. Asimismo, reconocemos la importancia estratégica de la educación, de la producción y del desarrollo local, de la urgencia de generar trabajo y de la necesidad de recobrar la auténtica cultura de la laboriosidad.

5. Con vistas al Bicentenario 2010-2016, creemos que existe la capacidad para proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social. Estar a la altura de este desafío histórico, depende de cada uno de argentinos. «La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. ¿No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer?»[6]. No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano. Pero sólo habrá logros estables por el camino del diálogo y del consenso a favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros hermanos más pobres y excluidos.

6. Precisamente porque estamos alentando al diálogo, no pretendemos ofrecer una propuesta exhaustiva y detallada para resolver los problemas actuales del país. Más bien expresamos la necesidad de buscar acuerdos básicos y duraderos, mediante un diálogo que incluya a todos los argentinos. Tampoco queremos caer en reduccionismos y simplificaciones sobre cuestiones que requieren el aporte de muchos, y valoramos como un don la pluralidad de miradas sobre la cuestión social y política. No obstante, como hombres de fe y pastores de la Iglesia, hacemos nuestros aportes sabiendo que «la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana»[7]. Por eso nos animamos a compartir nuestros anhelos y preocupaciones.

La celebración del Bicentenario (2010-2016)

7. El 25 de mayo de 1810, el Cabildo abierto de Buenos Aires expresó el primer grito de libertad para nuestra patria. El 9 de julio de 1816, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América se reunieron en la ciudad de San Miguel de Tucumán y declararon la independencia nacional. Estamos agradecidos por nuestro país y por las personas que lo forjaron, y recordamos la presencia de la Iglesia en aquellos momentos fundacionales.

8. Cuando se celebró el primer Centenario de estos grandes acontecimientos, nuestra Nación aparecía en el concierto de los pueblos como una tierra promisoria y acogedora. Hoy, en vísperas de la celebración del Bicentenario, la realidad y el ánimo no son iguales. «Nos sentimos heridos y agobiados... Pero queremos ser Nación, una Nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común». [8]

9. Desde los inicios de nuestra comunidad nacional, aun antes de la emancipación, los valores cristianos impregnaron la vida pública. Esos valores se unieron a la sabiduría de los pueblos originarios y se enriquecieron con las sucesivas inmigraciones. Así se formó la compleja cultura que nos caracteriza. Es necesario respetar y honrar esos orígenes, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el presente y construir el futuro. No se puede mirar hacia adelante sin tener en cuenta el camino recorrido y honrar lo bueno de la propia historia.

10. En nuestra cultura prevalecen valores fundamentales como la fe, la amistad, el amor por la vida, la búsqueda del respeto a la dignidad del varón y la mujer, el espíritu de libertad, la solidaridad, el interés por los pertinentes reclamos ante la justicia, la educación de los hijos, el aprecio por la familia, el amor a la tierra, la sensibilidad hacia el medio ambiente, y ese ingenio popular que no baja los brazos para resolver solidariamente las situaciones duras de la vida cotidiana[9]. Estos valores tienen su origen en Dios y son fundamentos sólidos y verdaderos sobre los cuales podemos avanzar hacia un nuevo proyecto de Nación, que haga posible un justo y solidario desarrollo de la Argentina.

Juntos para un nuevo proyecto de país

11. Acercándonos al Bicentenario, recordamos que nuestra patria es un don de Dios confiado a nuestra libertad, como un regalo que debemos cuidar y perfeccionar. Podremos crecer sanamente como Nación si reafirmamos nuestra identidad común. En esta búsqueda del bienestar de todos, necesitamos dar pasos importantes para el desarrollo integral. Pero cuando priman intereses particulares sobre el bien común, o cuando el afán de dominio se impone por encima del diálogo y la justicia, se menoscaba la dignidad de las personas, e indefectiblemente crece la pobreza en sus diversas manifestaciones.

12. No obstante, nuestra mirada es esperanzada. «Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras»[10]. Creemos estar ante una oportunidad única. Podemos aprovecharla, privilegiando la construcción del bien común, o malgastarla con nuestros intereses egoístas y posturas intransigentes que nos fragmentan y dividen.

13. ¿Por qué hablar de un proyecto de país? Hay una opinión generalizada sobre la necesidad de establecer políticas públicas que, tomando como fundamento nuestra Constitución Nacional, propicien un desarrollo federal, sano y armónico de la Argentina. Esta no es una preocupación nueva. Forma parte del pensamiento y del servicio histórico de la Iglesia: «no hay democracia posible sin una leal convergencia de aspiraciones e intereses entre todos los sectores de la vida política con miras a armonizar el bien común, el bien sectorial y el bien personal, buscando una fórmula de convivencia y desarrollo de la pluralidad dentro de la unidad de objetivos fundamentales»[11].

14. No es realista pretender un proyecto definitivamente estable, que no requiera ulteriores modificaciones, porque las necesidades cambiantes exigirán las debidas adaptaciones. Pero es indispensable procurar consensos fundamentales que se conviertan en referencias constantes para la vida de la Nación, y puedan subsistir más allá de los cambios de gobierno.

15. Desde ellos, se deberían institucio­nalizar las necesarias políticas públicas para el crecimiento de toda la comunidad. Instalarlas requiere la participación y el compromiso de los ciudadanos, ya que se trata de decisiones que no deben ser impuestas por un grupo, sino asumidas por cada uno, mediante el camino del diálogo sincero, respetuoso y abierto. Nadie puede pensar que el engrandecimiento del país sea fruto del crecimiento de un solo sector, aislado del resto.

Un nuevo acuerdo sobre políticas públicas

16. Como muchas veces hemos dicho, el diálogo es esencial en la vida de toda familia y de cualquier construcción comunitaria. El que acepta este camino  amplía sus perspectivas. Gracias a la opinión constructiva del otro, descubre nuevos aspectos y dimensiones de la realidad, que no alcanzaría a reconocer en el aislamiento y la obstinación.

17. Necesitamos aceptar que toda democracia padece momentos de conflictivi­dad. En esas situaciones complejas, alimentar la confrontación puede parecer el camino más fácil. Pero el modo más sabio y oportuno de prevenirlas y abordarlas es procurar consensos a través del diálogo.

18. Sólo el diálogo hará posible concretar los nuevos acuerdos para proyectar el futuro del país y un país con futuro. Ello es fundamental en este tiempo, donde la crisis de la economía global implica el riesgo de un nuevo crecimiento de la inequidad, que nos exige tomar conciencia sobre la «dimensión social y política del problema de la pobreza»[12]. En este sentido, la promoción de políticas públicas es una nueva forma de opción por nuestros hermanos más pobres y excluidos. Ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres [13] que brota de nuestra fe en Jesucristo[14], «requiere que socorramos las necesidades urgentes y al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos e instituciones para organizar estructuras más justas. Igualmente se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales»[15]. Creemos que estamos ante un momento oportuno para promover entre todos un auténtico acuerdo sobre políticas públicas de desarrollo integral.

19. Pero nunca llegaremos a la capacidad de dialogar sin una sincera reconciliación. Se requiere renovar una confianza mutua que no excluya la verdad y la justicia. Las heridas abiertas en nuestra historia, de las cuales también nos sentimos responsables, pueden cicatrizar si evitamos las parcialidades. Porque mientras haya desconfianzas, éstas impedirán crecer y avanzar, aunque las propuestas que se hagan sean técnicamente buenas. Todos debemos ser corresponsables de la construcción del bien común. Por ello, hay que sumar en lugar de restar. Importa cicatrizar las heridas,  evitar las concepciones que nos dividen entre puros e impuros, y no alentar nuevas exasperaciones y polarizaciones[16], para no desviarnos del gran objetivo: contribuir a erradicar la pobreza y la exclusión. Por eso, soñamos con un Bicentenario de la reconciliación y de la unidad de los argentinos.

¿Qué estilo de liderazgo necesitamos hoy?

20. En este tiempo necesitamos tomar conciencia de que «los cristianos, como discípulos y misioneros de Jesucristo, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos»[17]. Para nosotros, este es el verdadero fundamento de todo poder y de toda autoridad: servir a Cristo, sirviendo a nuestros hermanos.

21. En un cambio de época, caracterizado por la carencia de nuevos estilos de liderazgo, tanto sociales y políticos, como religiosos y culturales, es bueno tener presente esta concepción del poder como servicio. Como Iglesia, este déficit nos cuestiona. En un continente de bautizados, advertimos la notable ausencia, en el ámbito político, comunicacional y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos, con fuerte personalidad y abnegada vocación, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas[18].

22. Por eso, es fundamental generar y alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común. [19]Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente ha de ser ante todo un testigo. El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad. Necesitamos generar un liderazgo con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad[20]. No habrá cambios profundos si no renace, en todos los ambientes y sectores, una intensa mística del servicio, que ayude a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y, sobre todo, la coherencia de vida.

23. Alentamos a los líderes de las organizaciones de la sociedad a participar en «la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política»[21]. Les pedimos que se esfuercen por ser nuevos dirigentes, más aptos, más sensibles al bien común, y capacitados para la renovación de nuestras instituciones[22]. También queremos reconocer con gratitud a quienes luchan por vivir con fidelidad a sus principios. Y a los educadores, comunicadores sociales, profesionales, técnicos, científicos y académicos, que se esfuerzan por promover una concepción integral de la persona humana. A todos ellos, les pedimos que no bajen los brazos, que reafirmen su dignidad y su vocación de servicio constructivo. Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es recuperar el valor de toda sana militancia.

Nuevas angustias que nos desafían

24. En el actual cambio de época, emerge una nueva cuestión social. Aunque siempre tuvimos dificultades, hoy han surgido formas inéditas de pobreza y exclusión[23]. Se trata de esclavitudes modernas que desafían de un modo nuevo a la creatividad, la participación y la organización del compromiso cristiano y ciudadano. Como señala el Documento de Aparecida, hoy los excluidos no son solamente «explotados» sino que han llegado a ser «sobrantes y desechables»[24]. La persona humana nunca puede ser instrumento de proyectos de carácter económico, social o político[25]. Por ello, ante todo queremos reafirmar que nuestro criterio de priorización será siempre la persona humana, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable dignidad[26]. La Iglesia quiere ser servidora de la «dignidad infinita» de cada persona [27] y de todos los seres humanos. Ello nos lleva a «contemplar los nuevos rostros de quienes sufren»[28].

25. La nueva cuestión social, abarca tanto las situaciones de exclusión económica como las vidas humanas que no encuentran sentido y ya no pueden reconocer la belleza de la existencia. «Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios»[29]. Los nuevos fenómenos «a menudo afectan a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido de la vida, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social»[30]. Ello se manifiesta, por ejemplo, en el crecimiento del individualismo y en el debilitamiento de los vínculos personales y comunitarios[31]. Nos preocupan especialmente las graves carencias afectivas y emocionales[32]. Contemplamos un gran anhelo de encontrar razones para la existencia[33]. La deuda social es también una deuda existencial de crisis del sentido de la vida: «se puede legítimamente pensar que la suerte de la humanidad está en manos de quienes sepan dar razones para vivir»[34]. Ello nos debería interpelar a todos e invitarnos a discernir y promover nuevos vínculos de pertenencia y convivencia y nuevos estilos de vida más fraternos y solidarios.

26. Además, la situación actual del país y de la economía global nos demuestra que el desarrollo no se limita al simple crecimiento económico[35]. Reconocemos una recuperación en la reducción de los niveles de pobreza e indigencia después de la crisis de 2001-2002. Pero también es verdad que no se ha logrado reducir sustancialmente el grado de la inequidad social. Junto a una mejora en los índices de desempleo, el flagelo del trabajo informal sigue siendo un escollo agobiante para la real promoción de millones de argentinos.

27. Es grave la situación de la educación en nuestra patria. Constituye un bien público prioritario muy deteriorado, tanto por los magros resultados en el aspecto instructivo como en la ausencia de un horizonte trascendente de la misma. Nos hallamos ante una profunda emergencia educativa que, en caso de no revertirse con inteligencia y celeridad, gravitará negativamente en el porvenir de las jóvenes generaciones.

28. Nos preocupa la subsistencia del gravísimo problema del endeudamiento del Estado. Los pagos de la deuda externa constituyen un rubro estructural del gasto público y condicionan gravemente los esfuerzos que debieran realizarse para saldar la deuda social.

29. Lamentablemente no se ha podido erradicar un histórico clima de corrupción. Tampoco el mal del clientelismo político, alimentado por la distribución de subsidios que no siempre llegan a los que menos tienen. En muchos casos continúa la margi­nación de los aborígenes y de los inmigrantes pobres. Es particularmente preocupante la situación de los adolescentes y jóvenes que no estudian ni trabajan, a los que la pobreza les dificulta el desarrollo integral de sus capacidades, quedando a merced de propuestas fáciles o escapistas. Es escandaloso el creciente consumo de drogas que hace estragos cada vez a más temprana edad. En todo el país se ha multiplicado la oferta del juego. La población se ve afectada por la violencia y la inseguridad que se manifiestan de variadas maneras.

30. En tiempos recientes, especialmente en la crisis de la última década, hubo numerosas iniciativas en diversos sectores de la sociedad, cuya experiencia puede ayudar a la construcción de un nuevo proyecto de país. Se propusieron variados temas en orden al desarrollo integral de todos y a la superación de los males de nuestra Nación. En particular recordamos la inmensa tarea iniciada en aquellos días por las mesas del Diálogo Argentino. Pero hoy, especialmente en medio de la actual crisis de la economía global, una vez más necesitamos discernir los caminos para superar las nuevas angustias que nos desafían. Debemos enfrentar estos desafíos confiando en las reservas morales y en los profundos valores que son el sustento de nuestra convivencia, porque la falta de verdad despierta profunda desconfianza y termina dañando el tejido social.

Metas a alcanzar a la luz del Bicentenario

31. Los dramas que hemos descrito y que afectan fundamentalmente a los más desprotegidos, están íntimamente relacionados con profundas carencias morales y estructurales.  Por eso, a la luz del principio de la dignidad inviolable de cada ser humano y de una concepción integral de la persona, nos parece imperioso proponer, con vistas al Bicentenario de la Nación, algunas metas que estimamos prioritarias para la construcción del bien común:

32. Recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas. Todo lo dicho será siempre provisorio y frágil, sin una educación y una legislación que transmitan una profunda convicción moral sobre el valor de cada vida humana. Nos referimos a la vida de cada persona en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. Especialmente pensamos en la vida de los excluidos e indefensos. También en la vida de las familias, lugar afectivo en el que se generan los valores comunitarios más sólidos y se aprende a amar y a ser amado. Allí se ilumina la vida afectiva privada y promueve el compromiso adulto con la vida pública y el bien común. Alentamos a las familias a participar y organizarse como protagonistas de la vida social, política y económica[36].

33. Avanzar en la reconciliación entre sectores y en la capacidad de diálogo. Una amistad social que incluya a todos, es el punto de partida para proyectarnos como comunidad, desafío que no hemos logrado construir en el transcurso de nuestra vida nacional. «Es necesario educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración»[37].

34. Alentar el paso de habitantes a ciudadanos responsables. El habitante hace uso de la Nación, busca beneficios y sólo exige derechos. El ciudadano construye la Nación, porque además de exigir sus derechos, cumple sus deberes[38]. Hay una carencia importante de participación de la ciudadanía como agente de transformación de la vida social, económica y política. Los argentinos hemos perdido el miedo a la defensa de nuestros derechos, pero la participación ciudadana es mucho más que eso. El verdadero ciudadano intenta cumplir todos los deberes derivados de la vida en sociedad.

35. Fortalecer las instituciones republicanas, el Estado y las organizaciones de la sociedad. Aunque a veces lo perdamos de vista, la calidad de vida de las personas está fuertemente vinculada a la salud de las instituciones de la Constitución, cuyo deficiente funcionamiento produce un alto costo social.

Resulta imprescindible asegurar la independencia del poder judicial respecto del poder político y la plena vigencia de la división de los poderes republicanos en el seno de la democracia. La calidad institucional es el camino más seguro para lograr la inclusión social. Asimismo, debemos fortalecer a las organizaciones de la sociedad.

36. Mejorar el sistema político y la calidad de la democracia. Es imperioso dar pasos para concretar la indispensable y tan reclamada reforma política. También para afianzar la orgánica vitalidad de los diversos partidos y para formar nuevos dirigentes, reconociendo que las estructuras nuevas no producirán cambios significativos y estables sin dirigentes renovados, forjados en el aprecio y el ejercicio constante de los valores sociales. Sobre todo, es imprescindible lograr que toda la ciudadanía pueda tener una mayor participación en la solución de los problemas, para que así se supere el recurso al reclamo esporádico y agresivo y se puedan encauzar  propuestas más creativas y permanentes. De este modo construiremos una democracia no sólo formal, sino real y participativa.

37. Afianzar la educación y el trabajo como claves del desarrollo y de la justa distribución de los bienes. Urge otorgar capital importancia a la educación como bien público prioritario, que genere inclusión social y promueva el cuidado de la vida, el amor, la solidaridad, la participación, la convivencia, el desarrollo integral y la paz. Una tenaz educación en valores y una formación para el trabajo, unidas a claras políticas activas, generadoras de trabajos dignos, será capaz de superar el asistencialismo desordenado, que termina generando dependencias dañinas y desigualdad.

38. Implementar políticas agroindustriales para un desarrollo integral. Es necesario concretar un programa agropecuario y agroindustrial a nivel nacional, que integre en la vida del país todo lo que está vinculado a nuestra tierra. Cabe apreciar la histórica importancia del campo en el crecimiento de nuestra sociedad y, a su vez, incorporar todos los avances tecnológicos con pleno respeto del medio ambiente. Por otra parte, se ha de alentar el desarrollo de las comunidades de los pueblos originarios y de las familias minifundistas, favoreciendo el derecho a la propiedad de la tierra que habitan y trabajan. Es prioritario apoyar la investigación y la inclusión científica y tecnológica de los diversos sectores en favor de las personas y de la sociedad.

39. Promover el federalismo, que supone la necesaria y justa autonomía de las Provincias y sus Municipios con relación al poder central, no sólo referida al gobierno de esas jurisdicciones sino también a la coparticipación de los recursos. Esta autonomía entraña la promoción de las economías regionales y la igualdad en las condiciones de vida, y  también el acceso a las libertades y derechos, especialmente en lo que respecta a la educación, a la salud, al trabajo y a la vivienda digna.

40. Profundizar la integración en la Región. En estos tiempos que vivimos es tarea prioritaria revalorizar la integración regional, por ejemplo en el MERCOSUR, y también global, en el contexto de la creciente interdependencia de las naciones, conscientes que «los retrasos en la integración tienden a profundizar la pobreza y las desigualdades»[39].

Conclusión

41. Les hemos escrito estas reflexiones con espíritu constructivo, sin dejar de interrogarnos sobre nuestras propias responsabilidades. Lo hacemos desde la fe en Jesucristo «que es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, la justicia y la belleza»[40]. Tenemos siempre presente al Señor Jesús, que se angustió hasta las lágrimas cuando algunos en su tierra no aceptaban el mensaje de paz que él les ofrecía[41]. Le pedimos que los argentinos, todos juntos, podamos hacer de esta bendita tierra una gran Nación justa y solidaria, abierta al Continente e integrada en el mundo. Nos acogemos a María Santísima, nuestra querida Madre de Luján, para que ofrezca esta sentida súplica a Aquel que es «el Camino, la Verdad y la Vida»[42].

Los Obispos de la Argentina
96ª  Asamblea Plenaria
El Cenáculo - la Montonera (Pilar),
 14 de noviembre de 2008

Siglas y abreviatura de los documentos citados

Documentos del Magisterio

ChL    Juan Pablo II, Exhortación apostólica Christifideles Laici
GS     Constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II
PP      Pablo VI, Encíclica Populorum Progressio
SRS    Juan Pablo II, Encíclica Solicitudo Rei Socialis
NMI    Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte
EA      Juan Pablo II, Exhortación apostólica Ecclesia in America
DI      Benedicto XVI, Discurso Inaugural en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
DA     Documento Conclusivo de Aparecida
CDSI  Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

Documentos de la Conferencia Episcopal Argentina

ICN    Iglesia y Comunidad Nacional
NMA   Navega Mar Adentro

FUENTE: http://www.aica.org/index2.php?pag=081114docfinal


[1] EA 67
[2] DA 380
[3] CDSI, 154
[4] ICN, 129
[5] DA, 397.
[6] CEA, «Afrontar con grandeza nuestra situación actual», 80° Asamblea Plenaria, 11 de noviembre de 2000
[7] DI, 3
[8] Conferencia Episcopal Argentina, Oración por la Patria, 2001
[9] ICN, 197; NMA 28
[10] DA, 30
[11] ICN, 127
[12] CDSI, 184
[13] DA, 396
[14] Cf. DI, 3; DA, 393-394
[15] DA, 384.
[16] DA, 534
[17] DA, 393
[18] DI, 4
[19] ChL, 42; CDSI, 410.
[20] Cf DA, 394
[21] DA, 403a
[22] CEA, «Afrontar con grandeza nuestra situación actual», 80ª Asamblea Plenaria, 11 de noviembre de 2000
[23] SRS 15
[24] DA 65
[25] CDSI, 133
[26] Cf DA, 65
[27] DA 388
[28] Cf DA, 65
[29] DA 44
[30] NMI 50
[31] DA, 44
[32] DA, 444
[33] DA, 53
[34] GS, 31
[35] PP 14
[36] CDSI 246-249
[37] DA 535
[38] CEA, «La Doctrina Social de la Iglesia. Una luz para reconstruir la Nación», 90ª Asamblea Plenaria, 11 de noviembre 2005
[39] DA, 528
[40] DA, 380
[41] Lc 19,42
[42] Cf  Jn 14,6


Ecuador

Mensaje de los Obispos del Ecuador
con ocasión del Bicentenario de Independencia
2009

Conferencia Episcopal Ecuatoriana


Quito, 10 de agosto de 2009

Mensaje de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana en ocasión del Bicentenario del 10 de agosto 1809.


El grito libertario de hace doscientos años unió en forma inseparable, conforme a la exclamación del precursor Eugenio Espejo, la ansiada libertad con la Cruz, la fe con la nueva madurez política. Salva Cruce, liber esto, es la proclama que habla de la decisión de un pueblo que lucha por ser libre al amparo de la Cruz.


En esta memorable fecha patria, nos unimos a todos los ecuatorianos, a sus autoridades e instituciones, para celebrar el bicentenario de aquel acontecimiento. A los que profesan la fe en Jesucristo, convocamos a dar gracias a Dios, como lo haremos con solemnidad y fervor en todas las Catedrales del Ecuador.


Modelar la nacionalidad


Se ha dicho con justicia que la Iglesia ha sido, en la historia de nuestro pueblo,  modeladora de la nacionalidad, desde el mismo comienzo de la evangelización, hace más de cinco siglos. El influjo de la fe cristiana en estos dos siglos de vida independiente ha sido un factor que robustece nuestra identidad, humaniza nuestra vida social y alienta la nobleza profunda de la cultura nacional.


La relación actual


Con el correr de las diversas circunstancias del pasado, se ha llegado a una relación entre la Iglesia y el Poder político enmarcada en la vigencia de la libertad religiosa y de la respectiva autonomía del poder civil. Pasó el tiempo en que los intereses políticos e ideológicos desataron la confrontación entre las esferas religiosas y las civiles.


La libertad religiosa reconoce el derecho a vivir libremente la fe, en forma personal o asociada. Desde la suscripción del Modus vivendi de 1937, esta libertad es garantizada a la Iglesia, también en los textos constitucionales vigentes.


Consecuencia de este derecho es la múltiple iniciativa de la Iglesia en el campo educativo, asistencial, de promoción social.  Vertiente de este derecho es la libertad de los Pastores para emitir juicios morales sobre el orden social, en forma personal, o reunidos en la Conferencia Episcopal.


Derivación imprescindible de esta libertad es la de los fieles cristianos laicos para optar responsablemente por las diversas opciones políticas y procurar que la doctrina del Evangelio impregne las estructuras de una sociedad justa y fraterna, tomando en cuenta los valores humanos fundamentales, para un desarrollo armonioso, justo y fraterno.


Para la Iglesia son suficientes estas libertades. No necesitamos privilegios ni honores, ni apariencia siquiera de participación alguna en el poder público.


La autonomía del poder civil, el sano laicismo, supera conceptualmente al laicismo agresivo de quienes no reconocen a la fe el espacio de libertad que le corresponde. Con espíritu democrático, esta laicidad, cada vez más universal, renuncia a las discriminaciones por motivos religiosos, toma la responsabilidad por el bien común y procede con los métodos y normas propios. Por eso puede también hacer acuerdos con las iglesias y otros colectivos religiosos, en orden al servicio de  los ciudadanos que comparten su pertenencia al Estado con la confesión religiosa de su preferencia. En este sentido debe entenderse el reciente acuerdo del Gobierno Nacional con las Misiones Católicas, que acogemos con agrado, en continuidad con una tradición multisecular.


Compromiso con nuestro futuro


Los últimos tiempos han supuesto una intensa etapa en la agitada vida de nuestra democracia. Se ha dado una reorganización de leyes y de autoridades con el apoyo de la voluntad mayoritaria del pueblo. Se ha deseado dejar atrás las debilidades e incapacidades demostradas para atender a las necesidades de esa mayoría. Ha corrido un viento innovador que quiere sembrar esperanza.


A partir de esta realidad, es preciso enfrentar con entusiasmo el futuro, identificar lo que nos une antes que lo que divide y rebajar la confrontación para que crezca una fecunda concordia.


Lo esencial de la Iglesia es ser “sacramento de salvación dentro del mundo. Nuestro compromiso ha sido y será anunciar a Jesucristo y su Evangelio para construir vida, justicia, paz, amor y libertad, como signos del Reino, en medio del pueblo ecuatoriano. Con la Misión Nacional que iniciamos este año, pretendemos despertar en todos los católicos la conciencia y compromiso de discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestro pueblo en El tenga vida.  Anhelamos  “el cielo nuevo y la tierra nueva”.


Desde nuestra condición de pastores, seremos incansables en fundamentar la imprescindible base moral y ética de toda política. El eje de nuestra sociedad y de la acción de las autoridades ha de consistir siempre en el servicio a la vida digna de las personas y de las asociaciones que forman, sea la familia y el gremio, como el municipio y la región.


Apreciamos, desde la doctrina social de la Iglesia, algunas conquistas que tienen futuro y merecen el apoyo de todos. Así, el equilibrio entre las funciones del poder, para que ninguna se sobreponga a las otras y evitemos el riesgo de los  tristemente experimentados caminos de la tiranía. Así también, la defensa y tutela, respeto y promoción de los derechos humanos, junto a una progresiva vivencia de las obligaciones cívicas con participación ciudadana.


Los derechos sociales necesitan una aceleración en el nuevo siglo de independencia que estamos iniciando. La lucha por defender la vida, desde la concepción, la salud y el trabajo, el acceso a una buena educación y a una vivienda digna, nos encontrarán siempre dispuestos a ayudar y respaldar. Dejemos atrás las duras realidades de la desocupación y de la pobreza en todas sus formas.


Los clásicos derechos civiles, encabezados por el derecho de libertad religiosa, son el espacio que exige la libertad. Esa libertad, que fue el alma de la gesta independentista y es patrimonio de la Nación, puede ser abusada, como enseña la experiencia. Auguramos un profundo progreso de la conciencia cívica y la estructuración de un poder judicial autónomo, que obre según el Estado de Derecho, para frenar los posibles abusos.


Inmersos en las grandes corrientes de la historia universal, no nos debe encoger sino estimular la perspectiva de una creciente relación entre los pueblos, con sus economías y sus culturas. El Ecuador independiente ocupe su sitio en el mundo, como un país pacífico y amistoso, acogedor y digno.


Realidad de Dios


Conocemos por experiencia diaria cuantos ecuatorianos sufren, sin ser culpables, el azote de unas condiciones de vida inferiores a las exigencias de su dignidad. A los ojos de la fe, esta realidad enciende a la vez compasión e indignación, impaciencia y esperanza. Pero solamente comprenderemos la realidad si apreciamos, según la enseñanza de Benedicto XVI, que Dios es el más real de lo real, que la verdadera realidad se llama Dios, Dios providente y misericordioso. En manos de este Dios que se nos entregó en Jesucristo ponemos el futuro del Ecuador. Le imploramos, para todos los ecuatorianos, un crecimiento en democracia que tenga por columnas la verdad y la justicia, la libertad y la paz.


Quito, 10 agosto 2009


México

Carta pastoral de los Obispos Mexicanos

con ocasión del Bicentenario de Independencia

CONMEMORAR NUESTRA HISTORIA DESDE LA FE,
PARA COMPROMETERNOS HOY
CON NUESTRA PATRIA

Conferencia del Episcopado Mexicano

1 de septiembre de 2010


PRESENTACIÓN


Hoy, los Obispos de México sentimos el deber de sumarnos con actitud solidaria y lucidez crítica a la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana. Como creyentes, descubrimos en los hechos de la historia el designio de Dios, aun en medio de las debilidades y pecados de los hombres. Como nos decía S. S. Juan Pablo II hemos de ver el pasado con gratitud, vivir el presente con responsabilidad y proyectarnos al futuro con esperanza.


El hecho de que la Iglesia en México conmemore estos acontecimientos no debe ser visto como algo inusitado. Ya en 1910 varios Obispos y algunas Provincias Eclesiásticas escribieron cartas pastorales con este motivo. El mismo Santo Padre San Pío X envió un Mensaje al Pueblo de México en el que animaba a vivir el primer centenario del inicio de la Independencia, agradeciendo a Dios el don de la soberanía e invitando a un esfuerzo por promover la justicia y la educación de la juventud. A su vez, recordamos que en septiembre de 1985, con motivo del 175º aniversario del Grito de Independencia, el entonces Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, en el atrio de la Parroquia de Dolores Hidalgo, Guanajuato, presidió una solemne concelebración en la que pronunció una memorable homilía. No podemos dejar de recordar también que en la reciente Carta Pastoral “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, los Obispos mexicanos afirmamos que siempre es necesario comprender nuestra identidad cultural a la luz de los acontecimientos significativos y de nuestros orígenes fundacionales.


Con este firme propósito, en la Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, del de abril de 2008, acordamos impulsar, entre otras actividades, cinco Jornadas Académicas, en diversas ciudades del País, con el fin de generar un espacio de reflexión y diálogo conjunto con el mundo de la cultura sobre estos dos acontecimientos: la Independencia y la Revolución Mexicana. Además se acordó elaborar la Carta Pastoral que ahora presentamos en esta Concelebración Eucarística donde la Iglesia Católica se reúne, representada por sus pastores, para agradecer el don de la libertad y se compromete nuevamente a buscar con mayor ahínco la justicia del Pueblo de México.


En relación a las Jornadas Académicas podemos decir que han sido de mucho fruto para comprender el sentido de estas gestas históricas, así como la participación de la Iglesia en ellas. La primera de estas Jornadas se llevó a cabo bajo la coordinación de la Universidad Pontificia de México (UPM), en el mes de mayo de 2009. Además de las conferencias y mesas redondas, se preparó una muy interesante exposición museográfica en la misma Universidad. El segundo encuentro académico se celebró en la ciudad de Morelia, en el mes de septiembre del mismo 2009. Esta Jornada Académica tuvo por temática los Orígenes del Movimiento Insurgente, la figura del Cura Hidalgo y de José María Morelos, así como la Iglesia de Valladolid, cuna ideológica del Movimiento de Independencia. La tercera Jornada Académica tuvo lugar en la ciudad de León, en febrero de 2010. La cuarta se celebró en Guadalajara, en el mes de abril, y estuvo acompañada con distintos momentos culturales. Este encuentro se realizó en el Centro Cultural Cabañas. La quinta y última Jornada Académica versará sobre el tema de la Revolución Mexicana, y se llevará a cabo en la ciudad de Monterrey, los días 12 y 13 de octubre del presente año.


Los trabajos de estas Jornadas Académicas nos han ayudado a dialogar con instituciones académicas de diferentes corrientes de pensamiento; nos han permitido también establecer una reflexión conjunta, e incluso un trabajo coordinado, con distintas autoridades civiles de distintos puntos del País. Por supuesto, también ha sido un espacio en donde nuestros propios académicos y especialistas en la materia nos han ayudado a vislumbrar no sólo el México de ayer, sino también el de hoy.


Deseamos que todos estos trabajos, nos ayuden a darle sentido y orientación a La Semana de Oración por la Patria, que el pleno de la Asamblea de la CEM ha acordado celebrar del 9 al 15 de septiembre en todas las diócesis del País. Con todos estos esfuerzos queremos seguir ofreciendo nuestro aporte para el diálogo y la reconciliación necesarios para el progreso de nuestra Nación.


La reflexión histórica nos abre necesariamente al presente y nos interpela hacia el futuro, en tanto que los ideales propuestos por la Independencia y por la Revolución se nos presentan hoy con nuevos rostros, en situaciones mucho más complejas. Debemos descubrir en los desafíos de nuestro presente, la oportunidad y ocasión para responder conjuntamente, reconociéndonos todos partícipes de esta sociedad diversa y plural mexicana. Es aquí donde también nosotros queremos aportar, desde nuestra mirada de fe, lo que nos corresponde en la construcción de este futuro común, puesta nuestra esperanza en Jesucristo.


Que María de Guadalupe, “Patrona de nuestra libertad”, como la proclamara el Padre José María Morelos y Pavón, nos ayude a llevar a término estos propósitos.


Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, a 1 de septiembre de 2010.


                              + Carlos Aguiar Retes             + Víctor René Rodríguez Gómez
                          Arzobispo de Tlalnepantla             Obispo Auxiliar de Texcoco
                              Presidente de la CEM               Secretario General de la CEM




 

INTRODUCCIÓN GENERAL


“Nuestra alegría, pues, se basa en el amor del Padre,
en la participación en el Misterio Pascual de Jesucristo quien,
por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida,
de la tristeza al gozo
del absurdo al hondo sentido de la existencia,
del desaliento a la esperanza que no defrauda.
Esta alegría no es un mero sentimiento artificialmente provocado
ni un estado de ánimo pasajero”.
BenedictoXVI[1]


Hermanos presbíteros y diáconos
Hermanos consagrados
Hermanos fieles laicos
Hermanos pertenecientes a la Nación Mexicana


1.                  Los saludamos con profundo aprecio, en el contexto histórico de los acontecimientos que el calendario civil nos lleva a conmemorar: los doscientos años del Movimiento de Independencia, así como los cien años de la Revolución Mexicana. Frente a nuestra historia nacional, experimentamos el orgullo de ser mexicanos, y al mismo tiempo, nos sentimos profundamente interpelados por la situación actual de nuestro País, del cual nos reconocemos, junto con todos sus ciudadanos, herederos de su pasado y partícipes de su construcción.


2.                  Esta Carta Pastoral quiere ser nuestra aportación para descubrir junto con todos los mexicanos, los valores y límites de nuestra historia. Sólo en un esfuerzo de reflexión a la luz de la fe, podremos descubrir el sentido más hondo de los acontecimientos que permite a los pueblos y a los individuos reconocer su identidad y vocación. La salvación ofrecida por Dios a la humanidad se da en el tiempo, por lo que la historicidad y el tiempo son dimensiones esenciales del Cristianismo como espacios de salvación.


3.                  En la concepción cristiana del tiempo, tanto lo ya sucedido como lo que acontecerá, se integran en la conciencia del hombre que es capaz de trascender lo efímero del momento. Es muy sugestiva la sugerencia de San Agustín, que invitaba a ver el tiempo a través de las categorías de: la memoria, que es el presente de las cosas pasadas; la visión, presente de las cosas presentes, y de la espera, que es el presente de las cosas futuras. Estas tres: memoria, visión y espera, decía, sólo se ven dentro del alma[2].


4.                  La historia no es pues sólo el devenir de acontecimientos, sino que es el espacio de la comprensión de la verdad. La Revelación de Dios para el cristiano es al mismo tiempo Palabra y acontecimiento salvador. Jesucristo, además de acontecimiento presente es también horizonte de realización futura. “El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones”[3]. El devenir de todo ser humano en el tiempo y el mensaje cristiano se hallan por tanto situados en el mundo de la familia humana, que es el “teatro de la historia del género humano”[4] y escenario del cumplimiento de los designios divinos.


5.                  Al mismo tiempo que conmemoramos estos acontecimientos históricos, siguen resonando en nosotros las palabras del Papa Benedicto XVI: “La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión… No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o ante quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros”[5].

6.                  Con esta Carta Pastoral queremos discernir cuál fue la participación de la Iglesia en estos dos importantes acontecimientos, cuál fue nuestro servicio a la Nación, para retomar con todo vigor los retos y desafíos que se nos presentan hoy en día. Queremos servir a la Nación, colaborando a construir un proyecto cultural desde la fe, y queremos también ser protagonistas, junto con todo el Pueblo de México, de la construcción de un futuro con esperanza para nuestro País.


7.                  Cabe destacar que esta revisión histórica la hemos hecho en diálogo con un conjunto de expertos, de ambientes académicos plurales, que nos han ayudado a esclarecer qué es lo que ha sucedido, qué es lo que se ha dicho y hecho. Toda esta reflexión se ha sometido a la mirada teológica, que es la mirada que nos corresponde hacer. Esta participación común supone la convicción de que debemos alcanzar juntos lo que verdaderamente desarrolla a la persona y a la sociedad, por lo que nos sentimos interpelados para ofrecer lo que nos es más propio desde nuestra experiencia de fe: la caridad y la verdad, tal como lo señala Benedicto XVI. "En efecto, la verdad es "logos" que crea "diálogos" y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el "logos" del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad”[6]. Los cristianos siempre hemos de estar a favor de la verdad y la justicia, y por razón de nuestra fe hemos de aportar además el valor supremo de la caridad, que perdona, reconcilia y confía en la misericordia de Dios.

PARTE I


UNA MIRADA A LA PROPIA HISTORIA DESDE LA FE


PREÁMBULO DE LA PRIMERA PARTE


Un proceso nunca acabado


8.                  Los pueblos suelen volver la mirada a los acontecimientos fundantes y significativos de su historia para comprender su identidad, asumir objetivamente su pasado y proyectar hacia nuevos rumbos su porvenir. Los creyentes, además de hacer una revisión desde la razón, que el mismo Ser Supremo nos ha dado como una antorcha que nos guía y nos ilumina[7], estamos llamados a hacer una lectura desde la fe, con el fin de reconocer la presencia divina que fecunda la historia humana con el suave rocío del Espíritu. La gestación y el crecimiento de una nación es un proceso siempre prolongado y nunca totalmente acabado, con luces y sombras que hay que acoger con espíritu generoso y también agradecido hacia quienes contribuyeron a su realización.


La Iglesia en medio del mundo y de la historia


9.                  La Iglesia Católica estuvo presente de diversas maneras y en distintos grados en el Movimiento de Independencia Nacional y en la Revolución Mexicana. La Iglesia, especialmente los obispos, nos sentimos llamados, al igual que muchos otros sectores de la sociedad, a buscar el significado y el alcance de estos acontecimientos. La fe católica no puede desentenderse de la vida cotidiana de los fieles y de su contexto histórico. Los obispos de México en repetidas ocasiones hemos hecho hincapié en que la Iglesia “está en el mundo, sin ser del mundo”, y por ello está llamada a participar, iluminando con la Palabra los diversos sucesos que configuran y dan sentido a nuestra Nación. Al inicio del presente milenio escribimos una Carta Pastoral, que desde su título, señala cómo el encuentro con Jesucristo, es decir, cómo nuestra fe en Él, nos lleva necesariamente a la solidaridad con todos. En este mismo año, hemos publicado una Exhortación Pastoral sobre la difícil situación de violencia por la que atraviesa nuestro País, haciendo ver que en Cristo, nuestra paz, México puede alcanzar una vida digna. No podemos despreocuparnos del hombre real y concreto, a quien debemos servir “desde nuestra misión religiosa que es, por lo mismo, plenamente humana”[8]. Es también deber incontestable nuestro buscar con una perspectiva histórica amplia y con un sosegado estudio de las fuentes, una mayor y mejor comprensión de estos dos sucesos históricos de nuestra Patria.


Desarrollo de la Primera Parte


10.              Haremos, en primer lugar, una reflexión desde nuestra fe católica, sobre el significado de algunos hechos fundamentales que conmemoramos, bajo el título Mirada Panorámica de la Historia. Ofreceremos, posteriormente, algunas acentuaciones que se refieren a la participación que tuvo la Iglesia en el período de la Independencia; luego tocaremos las que corresponden al de la Revolución (1910-1917); cerraremos esta Primera Parte con una visión sobre el Sentido Cristiano de la Historia. Para un creyente la historia humana es y será siempre una historia de salvación. Éste es nuestro punto de vista como hombres de fe y como pastores de la Iglesia Católica, desde el cual queremos hablar, y desde el cual desearíamos ser escuchados. Recogemos, pues, en esta Carta Pastoral los hechos más significativos del pasado que queremos conmemorar, e invitamos al diálogo sereno y objetivo con el fin de alcanzar un mayor esclarecimiento de estos sucesos que nos atañen a todos, y de los cuales somos de una u otra manera herederos. Los acontecimientos históricos están ahí y nadie debe negarlos o desvirtuarlos. Es preciso reconocerlos, esclarecerlos, juzgarlos con criterios objetivos, para comprendernos mejor. Queremos ofrecer la mirada que sobre las realidades terrenas tenemos los católicos, que no siempre coincide con otros sistemas de pensamiento o ideologías presentes en el México actual.


I.                   MIRADA PANORÁMICA DE LA HISTORIA


Evangelización y “Acontecimiento Guadalupano”


11.              Es bien sabido cómo la fe católica se propagó en estas tierras en medio de acontecimientos novedosos y a veces dramáticos, y cómo la labor de los evangelizadores fue abriéndose paso entre graves dificultades, pero nunca sin el auxilio divino. La labor evangelizadora y el ingenio pedagógico de los misioneros estuvieron siempre acompañados por la acción de la gracia, a través de la presencia suave y vigorosa de María, la Madre del Redentor. “En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta”[9]. Múltiples devociones marianas han fecundado la labor de los evangelizadores a lo largo y ancho del País. Sin embargo, fue el Acontecimiento Guadalupano, el encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, el que obtuvo un eco más profundo en el alma del pueblo naciente, cualitativamente nuevo, fruto de la gracia que asume, purifica y plenifica el devenir de la historia. El lenguaje utilizado en el encuentro del Tepeyac, como vehículo de inculturación del Evangelio, constituyó un itinerario espiritual, al conjugar palabras y gestos, acción y contemplación, imágenes y símbolos. Todos estos elementos enriquecieron la capacidad de esta cultura sobre su experiencia de Dios, facilitando la aceptación gozosa del mensaje salvador. Se actualizó así, desde el Tepeyac, esa novedad propia del Evangelio que reconcilia y crea la comunión, que dignifica a la mujer, que convierte al macehual en hijo y a todos nos hace hermanos. Esta nueva fraternidad propició un crecimiento en humanidad, de manera que este germen, sembrado por Santa María de Guadalupe en el alma del pueblo creyente, se ha ido desarrollando poco a poco, haciéndose presente especialmente en los momentos más significativos y dramáticos de nuestra historia. Es un acontecimiento fundante de nuestra identidad nacional.


La fe, elemento dinamizador


12.              No podemos dejar de reconocer que en los anhelos más profundos del corazón humano están el ideal de la justicia y de la libertad para todos los hombres. Además de este dato antropológico, no debemos ignorar que desde la época virreinal encontramos antecedentes de esta promoción humana en los grandes evangelizadores y pensadores, que sin duda forjaron y alentaron en muchos hombres estos anhelos. En este marco histórico complejo, interpelados además por las graves circunstancias sociales, políticas y económicas de esa época previa a la Independencia, se fueron conformando las condiciones de un movimiento libertario, vinculado a la identidad nacional y en ella al Acontecimiento Guadalupano. Todos estos elementos fueron sumándose y traduciéndose en una búsqueda colectiva para instaurar la justicia y la libertad en una sociedad mestiza. Muchos miembros de la Iglesia acogieron y alimentaron con entrega generosa estos anhelos, aunque con los excesos que toda lucha armada suele llevar consigo. Tampoco faltaron resistencias de eclesiásticos y laicos, convencidos de la importancia de conservar lo que ellos consideraban legítimo, incluidos los privilegios que la Corona propiciaba, y que pensaban eran indispensables para su misión. Hoy, lo que la Iglesia celebra es el don de la libertad, lo agradece y se esfuerza por preservarlo y enriquecerlo. Dentro de la visión cristiana de la historia, los sufrimientos y dolores, máxime si son en beneficio de la comunidad, adquieren un significado profundo de lucha interior que ayuda al creyente a reafirmarse en el bien. Para acercarnos a la comprensión de la conciencia histórica de nuestra Patria, debemos tener en cuenta que la fe católica fue un elemento presente y dinamizador en la construcción gradual de nuestra identidad como Nación.


Catolicismo renovado y pensamiento ilustrado


13.              Para interpretar los acontecimientos históricos, debemos afirmar que los reduccionismos ideológicos y las tendencias homogeneizantes no ayudan, sino que pervierten y dañan. En cambio, la pluralidad razonada suele ser elemento que enriquece y serena. En cuanto al Movimiento de Independencia, es necesario reconocer que el pensamiento del iusnaturalismo teológico de Francisco de Vitoria y de Francisco Suárez, así como tradiciones de autonomismo hispano, fueron sustrato de algunos intentos libertarios. Junto con los postulados de la racionalidad ilustrada moderna, dieron por resultado una tensión ideológica que aún perdura y que exige diálogo y comprensión, no excluida la paciencia. Desde estos caudales de nuevos pensamientos y contextos, emerge la figura del Cura Miguel Hidalgo, quien al enarbolar el estandarte guadalupano, no sólo presentó a Santa María de Guadalupe como protectora de una nación mestiza, sino que también la convirtió en forjadora de un país independiente, conciencia que se encarna en el corazón mismo del ideario de José María Morelos y en el cambio de nombre del primer presidente, Guadalupe Victoria.

Tres antecedentes de la Independencia


14.              Por lo anteriormente dicho, debemos decir que hay tres antecedentes que influyen fuertemente en los precursores e iniciadores del Movimiento de Independencia: a) los anhelos de libertad y autodeterminación, siempre presentes en el corazón humano, buscando la igualdad y aboliendo privilegios y castas, tal como lo expresó el Cura José María Morelos: “sólo distinguiendo a unos de otros el vicio y la virtud”[10]; b) la pluralidad de nuestro pueblo, marcada por una difícil situación política, económica, social, llegó a la madurez cultural necesaria para la búsqueda de su autogobierno y goce de libertad, capaz de construir una nación independiente, justa y fraterna; y c) la identificación religiosa en torno a Santa María de Guadalupe alentó a los distintos sectores de la población a conquistar el perfil de la nueva Nación[11].


Reconocimiento de la libertad conquistada


15.              Desde el primer sermón de Acción de Gracias pronunciado en el Santuario de Guadalupe[12], una vez consumada la Independencia, y otros que le siguieron, se reconoció que numerosos católicos, como fieles discípulos de Jesucristo, empeñaron su vida en la conquista de esta libertad. Miguel Hidalgo, José María Morelos y muchos otros fueron sacerdotes, quienes, más allá de sus cualidades y limitaciones humanas sirvieron de instrumento a la Providencia para iniciar la Independencia Nacional y favorecer así la constitución de la nueva Patria Mexicana. Como creyentes, en aquellas circunstancias específicas, lucharon por los valores de la libertad y la igualdad, y dieron voz al reclamo de justicia de un pueblo sumido en la pobreza y la opresión, largamente padecida. Su ministerio sacerdotal, del cual nunca renegaron, los acercó a los dolores de este pueblo y los movió a promover sus derechos, incluso tomando las armas, camino que no siempre se justifica, menos en nuestros tiempos en los que contamos con múltiples instituciones e instrumentos jurídicos para resolver los conflictos en diálogo y caminos de paz.


16.              Somos conscientes de que el Episcopado de entonces reprobó el movimiento libertario como sedición, usando incluso del anatema. La Inquisición por su parte lo declaró como herejía. La razón última de esto estribaba en la sujeción de la Iglesia a la Corona española. A pesar de ello, el proceso de Independencia fue un movimiento político y social con profunda raigambre religiosa católica que, dentro del dramatismo de los hechos y sus excesos, es una herencia noble y rescatable que debemos agradecer.


Celebrar el don de la libertad


17.              Comprendemos así muy bien la felicitación que el Papa San Pío X envió al pueblo de México y al Episcopado en la Conmemoración del Primer Centenario de la Independencia[13], en la que paternalmente exhorta a conservar este don del cielo, fundando instituciones apropiadas de cultura y de caridad, mejorando el estilo de vida y costumbres dentro del marco de la fe, centrada en el culto a la Eucaristía y en la devoción a Santa María de Guadalupe. Es, pues, para un católico, no sólo legítimo sino necesario dar gracias a Dios por el don precioso de la libertad.


Postindependencia


18.              La Nación inició su vida independiente en un ambiente internacional marcado por el liberalismo, que configuró nuevos y radicales escenarios. En las primeras décadas de nuestra Patria independiente, significó un período de debilitamiento cultural, institucional y eclesial, cuya expresión más dramática fue la pérdida de la mitad del territorio nacional y la división de la sociedad. Los grupos dominantes que se fueron sucediendo, al distanciarse de los valores católicos, llegaron a constituir la fisonomía de un pueblo artificial, ajena a la sensibilidad propia del pueblo mexicano. Y a base de grupos influenciados por la nueva ideología del liberalismo, por intereses individualistas, a contrapelo de la realidad y del sentir general, sembraron un nuevo conflicto social. Ésta es una de las raíces del maniqueísmo y la desconfianza mutua que todavía padecemos, ante dos proyectos contrapuestos para comprender la identidad de la Nación y el bien de la sociedad[14], con el agravante de una fortísima desigualdad social de la mayoría y la población sumida en la pobreza.


Paradoja nacional


19.              La paradoja, que nos ha caracterizado durante muchos años, es la de un pueblo mayoritariamente católico al que se le trata de impedir su expresión más profunda. Por eso, “las relaciones institucionales entre la Iglesia Católica y los diversos representantes del Estado Mexicano fueron de tensión y de mutuo rechazo. Su momento cimero tuvo lugar con el desconocimiento de la Iglesia por parte de la Asamblea Constituyente de 1917, la persecución religiosa y el movimiento cristero de 1926 a 1929”[15]. Es evidente que la Iglesia, en este caso la Jerarquía Católica, no podía dar su asentimiento a este nuevo conflicto social, y menos a un instrumento legislativo que no sólo la marginaba, sino que le negaba toda personalidad jurídica, impidiendo, con una visión reduccionista, su derecho a participar en la vida pública. La reciente reforma constitucional en materia religiosa de 1992 ha venido a mejorar esta situación; sin embargo, no se ha superado todavía el laicismo intolerante.


Presencia del “catolicismo social”


20.              A finales del siglo XIX tuvo lugar un vigoroso renacimiento del catolicismo de impronta social, cuya expresión singular fueron las numerosas reuniones sociales, inspiradas en las enseñanzas del Papa León XIII, principalmente por la encíclica Rerum Novarum, cuya influencia se manifestó incluso en la redacción del artículo 123 de la Constitución de 1917. A la luz de esta doctrina, se configuran diversas prácticas sociales, tanto en las diócesis como en las parroquias, con las que los católicos participaron activamente en la búsqueda de una sociedad más justa y democrática. Si bien la Carta Magna buscó dar unidad y coherencia a la Nación, la ideologización de un buen número de sus postulados propició un distanciamiento entre el pueblo creyente y la autoridad civil, lo que impidió dar su verdadero sentido a la legítima separación entre la Iglesia y el Estado.


Búsqueda de justicia y democracia


21.              La Revolución Mexicana intentó configurar un pueblo democrático y más justo. Como todo movimiento armado, generó zozobra, sufrimientos y penas en el pueblo pobre, a quien se intentaba beneficiar. La guerra postrevolucionaria atrajo violencia singular y a la Iglesia Católica una persecución originada por la ideología liberal y atea de algunos que la impulsaron. La constatación de estos hechos dolorosos queda inscrita en los anales de la gesta revolucionaria, y el martirio sufrido por muchos cristianos permanecerá como testimonio de los acontecimientos. En la mirada creyente de la historia, los mártires y los santos son sus verdaderos intérpretes y sus jueces autorizados.


En búsqueda de la “laicidad positiva”


22.              La verdad histórica nos exige situar a las personas y a los acontecimientos en su contexto, considerando que entonces no era del dominio común la doctrina de la legítima autonomía de las realidades terrenas que, a partir del Concilio Vaticano II, comienza a regir saludablemente las relaciones entre la Iglesia y los Estados modernos mediante lo que hoy llamamos “laicidad positiva”, a la cual se refirieron en singular diálogo el Papa Benedicto XVI y el actual Presidente de Francia[16]. Tampoco se tenían los nuevos espacios que ahora la omnipresente globalización abre para la evangelización desde la plataforma común de la dignidad de la persona y del respeto a los auténticos derechos humanos.


Diferencias complementarias


23.              El presente es siempre tiempo de gracia y oportunidad para integrar realidades que aparecen contrapuestas en nuestra historia, buscando consolidar la justicia y la paz social con miras a un futuro mejor. El Papa Juan Pablo II nos dejó un diagnóstico certero y una propuesta de superación que es bueno recordar, porque estas fiestas conmemorativas tienen que ser ocasión privilegiada de crecimiento y maduración como pueblo y como nación. Decía el Papa: “Llego a un país cuya historia recorren, como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas…, el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad”[17].


La gramática de Dios


24.              La visión cristiana de la historia parte del misterio de la Encarnación del Verbo por el cual “el tiempo es ya una dimensión de Dios[18], y toda historia humana es una historia de salvación. Por eso, más allá de los hechos mismos, hemos de saber leer la gramática de Dios y descubrir su mano providente que rige la vida de los hombres y el caminar de la Iglesia al unísono de nuestra Nación.


El progreso como “vocación”


25.              Valorar los logros, asumir los errores, discernirlos y transformarlos en sabiduría y oportunidades es condición de todo ser humano que aspire a la madurez y al progreso. Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, el progreso ha de entenderse no mecánicamente, sino como vocación. Esto es lo que legitima la presencia y contribución de la Iglesia en el mejoramiento de las realidades temporales, pues la vocación requiere de hombres libres y responsables, amantes de la verdad, porque “la verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo”[19]; por eso, todo desarrollo verdadero se centra en Cristo y tiene como expresión propia la caridad.


II.                LA IGLESIA EN LA INDEPENDENCIA


Iglesia implicada


26.              Si bien la historiografía de la Independencia suele oscilar entre los elogios desmedidos y las críticas severas de los actores y sus gestas libertarias, la reflexión serena es siempre lo mejor, buscando la comprensión de los hechos, teniendo en cuenta las circunstancias del momento, el carácter de los protagonistas y los límites de las personas. Se requieren criterios objetivos históricos, culturales, filosóficos, religiosos, políticos. La Iglesia en México participó activamente en todos esos hechos de manera protagónica, ya que los más notables iniciadores y actores fueron miembros del clero y el pueblo era mayoritariamente católico.


La “Ilustración católica”


27.              La Iglesia novohispana se mantuvo siempre en comunión con la Sede Apostólica de Roma, aunque mediatizada por el Patronato regio, sobre todo en tiempo de las reformas borbónicas que exacerbaron la injerencia de la Corona en asuntos estrictamente eclesiásticos. El Episcopado y la Iglesia en general fueron utilizados como instrumento de sometimiento, si bien muchos representantes de la “Ilustración católica” promovieron la reforma de las costumbres, la erudición del clero y la promoción del pueblo mediante la beneficencia social. Entre éstos se encontraban el padre Miguel Hidalgo y Costilla y otros más.


Derechos del hombre


28.              A mediados del siglo XVIII se produjo un sacudimiento político, religioso y social, motivado por la invasión de ideas y costumbres procedentes de la Revolución Francesa. Lo rescatable de este movimiento fueron los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre que, aunque secularizados, no podían desprenderse de su raigambre cristiana, “aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres”, como solía repetir el Padre Hidalgo. Este “derecho natural” lo llevó a la proclama de la libertad y a la supresión de la esclavitud expresada en público mediante varios “bandos”, en los que se traslucen motivaciones de la fe católica, inspiradas sobre todo en las enseñanzas de San Pablo sobre la libertad y dignidad humana.


Sacudimiento religioso y social


29.              De estas corrientes de pensamiento se hará derivar el derecho a oponerse a toda opresión hasta lograr la liberación, resistiendo a la dependencia de la Corona española. Esta doctrina contiene implícito el presupuesto de que el poder, dimanado del Autor de la naturaleza social del hombre, radica fundamentalmente en el pueblo y que éste, mediante un pacto social, lo transfiere a la autoridad pública para procurar el bien común. Es, por tanto, revocable si el pacto social no se cumple, idea muy distinta al derecho divino de los reyes.


La resistencia pacífica


30.              La enseñanza evangélica sobre la tolerancia, la no resistencia al agresor, el perdón de las ofensas y la mutua caridad son, sin duda alguna, altos principios de conducta cristiana, de orden superior que no anulan, según la tradición de la Iglesia, el legítimo derecho a oponerse a la opresión y a las realidades de injusticia evidente y prolongada, que atentasen gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañasen peligrosamente el bien común del país[20]. Esta resistencia debe excluir la violencia y los sentimientos de odio, para que pueda servir de camino a la liberación integral cristiana[21].


Difícil realización


31.              De la altura y nobleza de esta doctrina evangélica se desprende la dificultad para conciliarla con la conducta de las personas en el campo de la vida social y política, sobre todo cuando se es responsable de una comunidad y se busca el cambio de rumbo de una nación. No debe extrañar en este terreno la existencia de opiniones diversas y acciones encontradas.


Creciente opresión y reacciones diversas


32.              Ciertamente las reformas borbónicas incrementaron las cargas tributarias y la explotación; y se adoptaron por otra parte medidas restrictivas a las prácticas religiosas sobre la ya menguada libertad de la Iglesia con el consiguiente aumento no sólo del descontento sino de la pobreza del pueblo. Entre tanto, el clamor contra el “mal gobierno” iba adquiriendo mayor resonancia, exacerbado por el caos producido por la deposición del monarca español, por la insensibilidad de los gobernantes y el despotismo reinante. Ante situación tan desesperada, no es de extrañar el brote de reacciones desde las moderadas hasta las violentas. Había clérigos y laicos que apostaban por la vía pacífica y otros que la consideraban ya agotada e inoperante; había quienes buscaban la independencia absoluta de España y quienes la proponían parcial o gradual. En esto mucho tenía que ver la condición social de los actores, según fueran criollos o peninsulares, autoridades cercanas al pueblo, como lo eran los párrocos y vicarios rurales, o quienes ocupaban otros cargos de autoridad, algunos de ellos más alejados de la realidad.


“La Patrona de nuestra Libertad”


33.              Al mezclarse las circunstancias sociales y políticas con las religiosas, se incrementaron las condiciones favorables para un levantamiento armado. Así, la lucha por la justicia en contra de los privilegios de castas; el anhelo de libertad enfrentado al despotismo peninsular y la defensa de la religión suscitada por la impiedad anticristiana llegada de Francia, se tornaron en parte de las motivaciones del Padre Hidalgo. No fue fortuito el que el símbolo escogido por el movimiento libertario fuera el estandarte de Santa María de Guadalupe que, años más tarde, sería proclamada por Morelos como “La Patrona de Nuestra Libertad”[22]. Ciertamente, sin el ingrediente religioso, este movimiento o no se hubiera producido o habría tomado otro rumbo. La última condición de legitimidad vino de la representación que obtuvieron los caudillos de la Independencia por aclamación popular, bien directamente o bien de los apoyos que pronto recibieron sus diversos comisionados esparcidos por el país. Tal reconocimiento era sancionado por los ayuntamientos de su tránsito.


Reprobación del levantamiento y excomuniones


34.              La reacción contraria de miembros de la Jerarquía eclesiástica se debió, primero, a que todos ellos habían obtenido su nombramiento por el regalismo imperante, que por principio excluía la independencia de estos reinos; en segundo lugar, a que algunos, aun cuando estimaban necesarias varias reformas benéficas al país, consideraban que la vía de una insurrección violenta traería mayores males; finalmente los excesos en que cayeron algunos insurrectos confirmaron esta idea.


Acusaciones contra Miguel Hidalgo


35.              En el caso de Hidalgo, desde 1800 se habían hecho denuncias por proposiciones supuestamente heterodoxas y por vida disipada en San Felipe. Sin embargo, ante la falta de pruebas y más bien testimonios muy favorables de la ortodoxia de Hidalgo, así como de un cambio de vida, se archivó el caso y los propios inquisidores reconocieron que la fama de Hidalgo era de “sabio, celoso párroco y lleno de caridad”. Sin embargo, luego del Grito de Dolores, el fiscal de la Inquisición lo acusó de hereje e Hidalgo fue citado a comparecer. Respondió algunos cargos desde Valladolid, y a todos puntualmente ya prisionero en Chihuahua, confesando su íntegra fe católica.

La excomunión de Miguel Hidalgo


36.              Manuel Abad y Queipo, Obispo Electo de Valladolid, fue el primer prelado que reprobó la Insurrección y además declaró que Hidalgo y todos sus seguidores y favorecedores habían incurrido en excomunión por aprehender a personas consagradas. Esta reprobación y declaración fue refrendada luego por otros obispos. Sin embargo, el propio Abad y Queipo confesó que lo hacía por frenar a los insurrectos; los insurgentes, entre quienes pronto se sumaron doctores en teología y cánones, estimaron que tal excomunión era inválida, por varias razones, entre ellas, porque no se podía excomulgar a pueblos enteros por un levantamiento justificado, y porque aquella aprehensión de personas consagradas era efecto colateral del levantamiento. No obstante, los posteriores degüellos ocultos, sin juicio, de centenares de peninsulares civiles extraídos de sus hogares, autorizados por Hidalgo, pusieron en entredicho la justicia del levantamiento y ciertamente, al incluirse dos personas consagradas en esos crímenes, acarrearon la excomunión sobre sus autores. Hidalgo, durante los más de cuatro meses de su prisión, reconoció este exceso de su movimiento, se dolió de ello, lo confesó sacramentalmente y le fue levantada, desde entonces, tal excomunión.


Acusaciones contra José María Morelos


37.              En cuanto a Morelos y otros, se les acusó de herejes por haber firmado la Constitución de Apatzingán, la cual previamente había sido condenada por contener supuestas herejías. Sin embargo, la prioritaria declaración del decreto constitucional sobre la religión católica, excluye esa interpretación. De manera particular la Inquisición dijo que el levantamiento estaba condenado por un Concilio Ecuménico, el de Constanza. Pero eso era un abuso interpretativo, pues el Concilio lo que condena es que el pueblo a su solo capricho, sin atender a ningún derecho, ni el natural, corrija a sus gobernantes; y por otra parte también condena el tiranicidio perpetrado por una autoridad meramente privada, no pública. Finalmente, la ceremonia de degradación impuesta a Hidalgo, Morelos y otros sacerdotes insurgentes, no fue sino una formalidad para despojarlos del fuero eclesiástico y así poder ejecutarlos.


La excomunión de José María Morelos


38.              José María Morelos e Ignacio López Rayón, principales caudillos continuadores de Hidalgo, se apartaron de tales crímenes. No obstante, el mismo Abad y Queipo los declaró nominalmente excomulgados, así como a otros insurgentes, porque supuestamente no reconocieron la potestad de los obispos, ya que independientemente nombraban vicarios generales que ejercían en territorio insurgente actos de jurisdicción eclesiástica y dispensaban impedimentos matrimoniales. Sin embargo, los insurgentes también consideraban inválida tal excomunión pues, sin negar la potestad de los obispos, conforme a la doctrina moral y canónica, en las circunstancias de guerra, la Iglesia suple la jurisdicción. Morelos, en manos de sus verdugos, también se reconcilió sacramentalmente varias veces, y aun cuando tuviera por inválida aquella excomunión, le fue levantada.


Mezcla y confusión


39.              Todo lo dicho nos lleva a reflexionar cómo lamentablemente un sector de la Iglesia hizo que sus intereses políticos privaran sobre otro sector de la misma Iglesia. El origen de esto se hallaba principalmente en la injerencia del Estado, o mejor dicho de la Corona española sobre la Iglesia, que usando y abusando del Patronato, se servía de él para mantener la sujeción y explotación de sus dominios de Ultramar. De ahí la mezcla y confusión de motivaciones políticas con religiosas. Por ello, los insurgentes buscaban una relación directa con la Santa Sede, así como el nombramiento de obispos nacionales. De esta misma manera debemos entender la eliminación de la Inquisición, planteada por José María Morelos, quien buscaba restituir al Papa y a los Obispos su autoridad para velar por la verdadera fe[23]. La Iglesia reclama sin cesar la libertad como un derecho.


Búsqueda de un orden legal


40.              Diversos fueron los intentos que se hicieron de codificar las normas que debían regir la vida nacional, desde la Constitución de Cádiz a la Constitución de Apatzingán, pasando por los Sentimientos de la Nación, cuyo número doce todavía está por cumplirse y reza así: “Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”. Por lo demás, lo que podríamos calificar desde nuestros criterios contemporáneos como intolerancia religiosa, en algunos de los postulados de los Sentimientos y en la Constitución, son en realidad expresión del tiempo y la realidad social donde se implicaban mutuamente religión y política.


Represión y disolución social


41.              La represión contra la Insurgencia continuó conculcando el derecho natural, el de gentes y el canónico. También continuaron los excesos de algunos insurrectos. Hubo víctimas inocentes por doquier. Proliferó el bandidaje y la lucha se volvió regional y persistente durante una década, lo cual muestra la profundidad de las heridas y lo grave de los males sociales. No es de extrañar que en este contexto numerosos clérigos y laicos clamaran por la paz, la reconciliación y el perdón. Al retomar vigencia la Constitución de Cádiz (1820), se dieron nuevas leyes que buscaban un mayor avasallamiento de la Iglesia. Por todo ello, Agustín de Iturbide, ganado para la causa independiente, propuso las tres garantías: Religión, Independencia y Unión, y los plasmó en nuestra bandera nacional.


Protagonismo de los laicos


42.              En el proceso de consumación de la Independencia se ve disminuir notablemente el número de clérigos y se incrementa el protagonismo de los laicos católicos. Por lo demás, así lo exigía el mismo proceso de la lucha por la Independencia. La mayoría de los clérigos que participaron lo hicieron sobre todo en la consejería, la asesoría y el debate. La Iglesia participó en el homenaje de los caudillos insurgentes, recibiendo solemnemente los restos mortales de Miguel Hidalgo, de José María Morelos, y otros, en la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de México (1823).


Nación independiente e Iglesia libre


43. Si bien el reconocimiento oficial de la Santa Sede a la Independencia fue tardío, esto se debió a las ingentes presiones de parte del gobierno español y a la insuficiente información de que disponía. El Papa León XII agradeció la carta del Presidente Guadalupe Victoria, alabándolo por su fe y por su adhesión a la Sede Apostólica, lo mismo que al pueblo mexicano (1824), sin embargo aclaró que su oficio no le permitía inmiscuirse en asuntos ajenos a la Iglesia. El Papa Pío VIII recibió la petición de Pablo Vásquez, enviado del gobierno mexicano, de cubrir las vacantes episcopales, deseo que el Papa Gregorio XVI pudo satisfacer (1831), reconociendo además la Independencia, aun antes de que lo hiciera España. La relación entre la Iglesia en México y la Santa Sede nunca se interrumpió sino hasta 1859, y con la Independencia Nacional la Iglesia logró, aunque no sin dificultades, también la suya, al desligarse del Patronato Regio. Así, también, la Iglesia en México dio un pequeño gran paso hacia su libertad.


III.             CATOLICISMO Y REVOLUCIÓN (1910-1917)


“Campanazo político”


44.              Los católicos estuvieron presentes y participaron activamente en los inicios de la Revolución Mexicana de diversas maneras y en diversos grados, por ejemplo al lado de los movimientos y grupos sociales del momento: porfiristas, reyistas, maderistas, liberales y anarco socialistas; sin embargo, al sonar el llamado “campanazo político” al comienzo del siglo XX, su participación tuvo un mayor grado y significado. Dos parecen ser los hechos intraeclesiales sobresalientes que favorecieron este despertar: la doctrina y estímulo de la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII y la experiencia favorable de la participación de otras naciones católicas en el campo de lo social.


Despertar social católico


45.              En efecto, prácticamente en toda la República Mexicana brotaron agrupaciones e instituciones católicas de orientación social, como fueron la Unión Católica Obrera (1908); los Operarios Guadalupanos (1909) de corte más bien intelectual; los periodistas católicos se agruparon en la llamada Prensa Católica Nacional (1909); las cajas de ahorro Rafeasen se hicieron populares al proporcionar crédito barato a los campesinos; los Jesuitas crearon la Unión de Damas Católicas (1912) y se fundó la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (1913) y aparecieron las sociedades de obreros católicos. Sin embargo, lo que más llamaría la atención y provocaría diversas y encontradas reacciones sería la aparición del Partido Católico Nacional (1911) unos días antes de la caída del régimen de Porfirio Díaz, y que prosperó gracias a la apertura democrática propiciada por Madero.


Hacia un catolicismo social


46.              Parte significativa en esta efervescencia social de inspiración católica fueron los numerosos Congresos Católicos, Semanas y Encuentros Sociales celebrados en Puebla (1903), en Morelia (1904), en Guadalajara (1906), en Oaxaca (1909). Se tuvieron dos Congresos Agrícolas en Tulancingo (1904-1905), uno en Zamora (1906) y la Semana Social en León (1908), dos en la Ciudad de México (1909-1910) y una en Zacatecas (1912). Entre todas estas sedes y sus respectivas diócesis se formó una especie de entramado social católico con múltiples y generosos frutos dentro de una provechosa diversidad, que favoreció el paso de un catolicismo de corte tradicional a un catolicismo social, liberal y a una democracia cristiana entendida como acción benéfica en favor del pueblo.


El Partido Católico y la “leyenda negra”


47.              El movimiento maderista aceptó, al principio, las propuestas del Partido Católico Nacional de: republicanismo, legitimidad del sufragio popular y la relativa separación de la Iglesia del Estado. Sin embargo, los católicos demócratas y promaderistas se confrontaron con sus propios correligionarios de corte más tradicional, además de sus acostumbrados opositores políticos. Luego del asesinato del Presidente Francisco I. Madero, en febrero de 1913, el Partido Católico Nacional y las organizaciones católicas se vieron envueltos en una verdadera crisis. Mientras unos sectores se manifestaban abiertamente antihuertistas, otros lo apoyaban de manera directa o indirecta, lo que dio inicio a la llamada “leyenda negra” todavía no suficientemente esclarecida. La enemistad de Huerta y las acusaciones de los constitucionalistas de legitimar el régimen cuestionado, al participar en las elecciones, están en la base del rechazo y descalificación del Partido Católico Nacional, y si bien éste no agotó la fuerza social del catolicismo, sí suscitó la desconfianza del liberalismo más radical, lo que ocasionaría la exclusión en la vida política del país de toda agrupación política confesional.

Catolicismo social y liberalismo intransigente


48.              Por otra parte, persistía en la Iglesia como también en ambientes profanos, la doble tendencia, por una parte, de reducir el ámbito de operación de los católicos a sólo lo “espiritual” y al interior de los templos y de las conciencias y, por otra, la de participar activamente en el ámbito público, político y social. El éxito obtenido por las agrupaciones y movimientos católicos en los tres primeros lustros del siglo, influyeron decididamente sobre el espíritu de los constituyentes más radicales, que limitaron y proscribieron las actividades y participación pública de la Iglesia, llegando a negarle toda personalidad jurídica en la Constitución de 1917.

El artículo 123 y la Rerum Novarum


49.              A pesar de las hostilidades, la presencia católica quedó profundamente marcada en un ámbito particularmente querido para ella, el campo laboral. En efecto, los católicos percibieron con razón el fruto de sus luchas en la redacción del artículo 123 de la Constitución, donde reconocieron la doctrina de la Rerum Novarum, que había sido su gran bandera a favor de la justicia social y de una patria mejor. En efecto, la proclama de las garantías individuales en correspondencia con los derechos humanos defendidos por la Iglesia, la justicia social y la cohesión nacional dentro de un marco legal que propició la Constitución de 1917, son los frutos que se han podido recoger y posteriormente mejorar, en parte al menos, de los anhelos y sufrimientos que sostuvieron los actores de la Revolución Mexicana.

Somero balance


50.              La recta intención de los constituyentes de brindar a la Nación un cuerpo de leyes que proporcionara el sustento legal necesario para una vida social y política ordenada y justa, se logró sólo en parte. El hecho de haber sido la mayoría de sus redactores miembros de una sola facción revolucionaria, se vio reflejada en los artículos y en el espíritu persecutorio contra la Iglesia y discriminatorio hacia otras visiones o interpretaciones políticas. Esto generó división y enfrentamiento, por el autoritarismo y el crecimiento de la intolerancia mutua. Es de alabar, en cambio, el intento de proteger los derechos humanos mediante las llamadas garantías individuales y sobre todo, la defensa de la integridad territorial y de los derechos de los trabajadores. La Iglesia, en esto, mostró particular complacencia al ver allí reflejada en parte su doctrina social. Una nación es siempre un proyecto no acabado, mucho menos perfecto. Los católicos, aunque miramos siempre la Jerusalén Celeste, sabemos que ésta en parte se consigue con la construcción de una ciudad terrena justa y solidaria.


Con gratitud, veracidad y compromiso


51. Con profunda gratitud, hemos contemplado la presencia de Jesucristo en la historia de nuestra Nación. Hemos valorado las acciones de muchos hombres y mujeres que con sus virtudes, e incluso sus defectos, han participado decididamente en la construcción y desarrollo de nuestra Patria, especialmente en los momentos más decisivos de la historia, como lo ha sido el Movimiento de Independencia y la Revolución Mexicana. Debemos también ser veraces al reconocer que muchos de estos hombres no supieron seguir los caminos de paz, no supieron acordar consensos en el diálogo, la concordia, la construcción de instituciones. Incluso, muchos cristianos ilustrados no supieron regir, en todo momento, su conducta con criterios de fe, esperanza y caridad, mostrando desesperación, angustia y violencia. Lo diremos siempre: una visión maniquea de la historia, que busque sintetizar en un “todo bueno”, “o todo malo”, es injusta. Estamos llamados a ver con objetividad la historia y desentrañar sus enseñanzas que son más positivas que negativas, en su contexto histórico.


IV.             SENTIDO CRISTIANO DE LA HISTORIA


Nuestro horizonte


52.              Queremos ahora, en este breve apartado, ofrecer a los fieles y también a los posibles lectores que no comparten nuestra fe católica, la visión u horizonte hermenéutico desde donde nos situamos, a fin de que con sabiduría y ánimo abierto consideren posible y legítima otra mirada distinta a la suya, de acercarse a los hechos que, queramos o no, compartimos y necesariamente inciden en el presente y señalan el porvenir. Ofrecemos, pues, una breve y concentrada visión cristiana de la historia.


Cristo: centro, clave y fin de la historia


53.              Cristo, el Verbo Encarnado, mediante su Misterio Pascual, ha sido constituido Señor absoluto de la historia humana. Todo cuanto sucede, sin excepción alguna, se encuentra orientado hacia su acción salvífica, pues “la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”[24].Él tiene y Él pronunciará la última palabra de la historia en el juicio universal. Palabra salvífica, no catastrófica, que manifestará todo su esplendor en la Jerusalén Celeste. Se trata de la victoria final del amor redentor. Aunque todavía no cumplida en su totalidad, la historia humana necesita recorrer el mismo camino que su Señor, el camino de la cruz; por eso todavía no aparece en su total esplendor. Hemos sido salvados en la esperanza y el Espíritu de Dios que está presente en todos los acontecimientos la llevará a su cumplimiento, no sin nosotros. Como lo señaló San Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.


Iglesia solidaria con el género humano


54.              La Iglesia de Jesucristo es la Iglesia del Verbo Encarnado, del Hijo de Dios que entra en la historia humana, la comparte, le da sentido y la lleva a su pleno desarrollo en el tiempo y en el espacio hasta su consumación en la eternidad; así, la Iglesia prolonga y actualiza en cierto modo el misterio de la Encarnación[25] y “se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”[26]. La presencia en el mundo y la participación en el acontecer humano no es sólo pretensión legítima de los discípulos de Jesucristo, sino exigencia ineludible de su misión, pues “lo que no es asumido no es redimido”, en palabras de San Ireneo.


Fe probada y vencedora


55.              Jesús resucitado es el Señor de la Iglesia, y mientras ésta cumple su misión en este mundo se hace presente en las diversas culturas, recorriendo con el Evangelio el camino de la salvación. La Iglesia, y la humanidad, no están exentas de enfrentar la fuerza del Maligno, que despliega su poder, oponiéndose al Plan Salvífico de Dios, oprimiendo a los hombres y naciones y persiguiendo a los discípulos. Su poder, aunque grande, es limitado y el juicio divino señalará para siempre su derrota. La manifestación del mal y su aparente victoria en algunos momentos de la historia, es ocasión propicia para que los creyentes aquilaten su fe y rindan testimonio ante el mundo de fidelidad y amor a Jesucristo, así como su compromiso por el hombre.


Fortaleza en la debilidad


56.              La historia humana no será nunca un sosegado y apacible estar en la indiferencia, sino que es una exigencia de optar siempre entre la participación o no en el Proyecto de Salvación. Es aquí en donde se juega su destino eterno, feliz o desdichado. Este mundo será siempre imperfecto y no se verá libre por completo del mal, ni la Iglesia en su camino dejará de padecer y tropezar. Es innata su debilidad; la victoria es obra espléndida de la misericordia divina y no de la autosuficiencia humana. Es y será siempre la Iglesia santa que abarca en su seno a los pecadores, y pecadora ella misma en sus miembros se confía a la misericordia de Dios. Será dichoso quien no se escandalice de ello y persevere en su seno hasta el final, en la fe y en el bien. Puesto que la historia humana es el lugar y el instrumento de la acción salvadora de Dios, será siempre, a partir de la fe, desde donde se emita el juicio definitivo y certero del actuar de los hombres. Es así como el creyente y el que busque comprender el actuar de la Iglesia en el mundo, debe juzgar la historia universal y la historia nacional y personal.


“Yo estoy con ustedes”


57. En el fragor de esta lucha Jesús está presente en el interior de la historia como su Señor, y así, cada uno en su momento, tiene la oportunidad de encontrarse con Él y de confesarle como a su Dios para encontrar el sentido y el significado de la vida y la realización plena[27].Él no rechaza a nadie, pero cada hombre, en uso de su libertad, deberá reconocerlo o rechazarlo como Señor y Salvador. Cada hombre debe decidirse, a su favor o en su contra, mediante la aceptación de su voluntad expresada en sus mandamientos, en especial sobre el mandamiento del amor.


Universo transformado en Gloria


58.              Los creyentes en Cristo sabemos que a todos los que permanezcan fieles en la lucha por el bien, se les reserva la victoria con Cristo. Todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo y la misma Iglesia está sujeta al juicio de Dios. Quienes hayan superado la prueba estarán siempre con el Señor: “Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a Mí” (Ap. 3, 21). De esta manera, el discípulo reproduce en su vida los pasos y sentimientos de Cristo y, así como la naturaleza de Cristo fue transformada y renovada por el Misterio de su Resurrección, así, al final de nuestra vida volveremos a encontrar todos los frutos excelentes de la naturaleza y del esfuerzo humano, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue el Reino al Padre[28]. Nada se perderá de todo el esfuerzo humano realizado en favor de lo bueno, lo verdadero y lo hermoso por el discípulo del Señor. De esta verdad gozamos ya en anticipo en los santos sacramentos, en especial en la Eucaristía, “prenda de nuestra gloria futura”.


PARTE II


SERVIR A LA NACIÓN, COLABORANDO A CONSTRUIR UN PROYECTO CULTURAL DESDE LA FE


Comprender el pasado para actuar en el presente y preparar el futuro


59.              La conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana no puede agotarse en un mero recuerdo de ciertos hechos que han marcado nuestro pasado. Conviene reiterar que el principal significado de nuestro itinerario histórico se descubre a la luz de la fe, cuando miramos lo que hemos sido y el modo como en este caminar se ha preparado lo que actualmente somos. Nuestra mirada hacia el pasado no es un ejercicio simplemente académico, sino principalmente un gesto de fidelidad a Jesucristo cuya presencia descubrimos en nuestra historia. Esta presencia nos convoca también a prestar atención a lo que Dios desea de nosotros en el presente y de cara al futuro.


Un camino cultural desde la experiencia de la fe


60.              Como lo hemos hecho al comienzo del nuevo milenio[29], reiteramos nuestra invitación a renovar nuestra identidad cristiana con ocasión de estos acontecimientos patrios; ante el clima de inseguridad y violencia que estamos viviendo, hemos urgido a todos a reencontrar caminos de paz[30]. En continuidad a estos esfuerzos e inspirados por las recientes enseñanzas del Papa Benedicto XVI, principalmente por su reciente encíclica social Caritas in veritate, y por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (“Aparecida”), ahora queremos proponer y ofrecer este nuevo esfuerzo, haciendo hincapié en el tipo de cultura que los discípulos de Jesús debemos fomentar para mostrar la vitalidad de la fe y para colaborar a construir un proyecto nuevo al servicio de la Nación en el momento actual.


61.              En efecto, antes de que la fe pueda reflejarse en la vida social, su itinerario natural exige pasar por el ámbito de la conciencia personal, de las convicciones, de los estilos de vida que lleven a una conversión, es decir a un “cambio de mentalidad”[31] que transforme e impacte la propia vida y el entorno social. Este cambio renueva el modo como vivimos y como nos responsabilizamos de la realidad que nos toca afrontar. Precisamente por ello la fe cristiana posee una esencial dimensión cultural.


62.              Con la palabra “cultura” se indica “todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales”[32]. La cultura, así entendida, es el modo como el ser humano construye un ambiente a la altura de su dignidad y como logra transmitir sus valores de manera vital a las nuevas generaciones.


63.              Cada comunidad desarrolla su propia cultura con peculiaridades que proceden de su historia, su geografía y su particular idiosincrasia. Por esto, algunas culturas pueden llamarse “cristianas”, es decir, interpeladas y modeladas en algún grado por el encuentro con el Evangelio. La Nación Mexicana, desde este punto de vista, es una realidad cultural que no puede ignorar que la fe en Jesucristo es una de sus más profundas raíces. En México, no sólo algunas obras arquitectónicas o ciertas expresiones de religiosidad popular manifiestan esta profunda herencia, sino que una buena parte de nuestro particular modo de ser como pueblo se encuentra marcado de manera directa o indirecta por los valores procedentes del cristianismo. No desconocemos que en México existen otras raíces culturales u otras presencias sociales significativas que también contribuyeron a delinear el perfil de nuestro Pueblo. Lo que deseamos señalar es que el cristianismo, como experiencia presente, ha configurado y de hecho continúa configurando una parte importante de la vida personal y comunitaria de los mexicanos[33].


64.              Recientemente, los Obispos mexicanos hemos dicho que la conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia y del Centenario de la gesta revolucionaria en México “nos dan la ocasión para aprender que nuestra historia es algo más que el sucederse de guerras y revoluciones. Las treguas de la violencia, los momentos de paz, han sido en realidad los que han permitido realizar obras culturales duraderas”[34]. Especialmente debemos valorar la búsqueda de la libertad y la identidad en la Independencia; la justicia y la democracia en la Revolución Mexicana. Estamos llamados a reconocerlos, para incorporarlos a otros valores que nos permitan responder a las nuevas exigencias de esta realidad histórica que vive nuestro País, dentro de un contexto global. Un pueblo logra su auténtico desarrollo cuando actúa en fidelidad a los aspectos esenciales de su identidad cultural, que están en consonancia con los principios constitutivos de la persona y su dignidad. Justamente en este camino de desarrollo, los cristianos tenemos un aporte original que debemos ofrecer a nuestra Nación.


La Nación es anterior al Estado


65.              La Nación es una realidad socio-cultural anterior al Estado. Esto quiere decir que nuestra Patria no nace a partir del poder político y sus instituciones, sino que emerge gradualmente, a partir del siglo XVI, como una realidad mestiza desde los pueblos autóctonos que eran eminentemente religiosos, desde la nueva propuesta de los pueblos europeos y desde la experiencia cristiana. La fe en Jesucristo logró que quienes se veían distantes y antagónicos, se reconocieran como hermanos. La fe en Jesucristo permitió encontrar puentes que nos acercaran y nos invitaran a privilegiar la reconciliación sobre el encono. La fe en Jesucristo ha colaborado a gestar un ambiente solidario entre los mexicanos, que hace que nuestra cultura posea un inmenso acervo de humanidad y calidez.


66.              Estas consideraciones nos permiten comprender que la Nación Mexicana, entendida como una realidad cultural profunda, posee una soberanía anterior al Estado. De tal forma que acontecimientos históricos tan importantes, como la Independencia y la Revolución, deben ser interpretados en base a la continuidad del mismo pueblo que conforma esta Nación. Esto muestra que las estructuras del Estado para cumplir con su fin deben colocarse al servicio de la Nación y no viceversa. De este modo, México no necesita “un proyecto de Nación”, sino “un proyecto al servicio de la Nación”, que permita reproponer lo más valioso de lo que hemos sido para poder darle auténtico futuro a lo que actualmente somos[35]. En este esfuerzo, el compromiso de los cristianos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, es esencial. Todos somos protagonistas de nuestra historia.

Un proyecto al servicio de la Nación


67.              El sustrato cultural de este proyecto al servicio de la Nación, debe privilegiar tres características, desde las que se entreteje nuestra cultura: a) el anhelo humano legítimo que busca libertad y justicia, a partir de los reclamos que brotan de la naturaleza profunda de cada persona; b) una inspiración cristiana que anima a las personas a luchar en favor de la promoción humana individual y social con una perspectiva trascendente, y c) un diálogo plural con el conjunto de ideologías que no siempre coinciden con la propuesta cristiana, pero buscan también el desarrollo humano.


68.              Estas tres dimensiones se encontraban ya mezcladas en diversos grados y combinaciones en quienes impulsaron el movimiento de Independencia y la Revolución, así como en quienes se sumaron a ellas de buena fe. En la realización de toda obra humana, no siempre hay plena claridad y rectitud, por lo que podemos decir que el trigo y la cizaña aparecieron juntos al interior del corazón de las propuestas y de las realizaciones humanas, que son siempre limitadas.


La importancia del aporte cristiano


69.              En este contexto, la fe cristiana ha contribuido con su inspiración, con sus valores y con su perspectiva sobrenatural a animar las luchas del pueblo mexicano a favor de la libertad y la justicia. La presencia del cristianismo en nuestro pueblo, en nuestra historia y en sus principales protagonistas atraviesa la personalidad de cada ser humano, de cada situación, de cada escenario en toda su complejidad. De este modo, podemos afirmar que la fe se ha hecho cultura en México, vivificando innumerables esfuerzos y proyectos asistenciales y de promoción humana.


70.              Desde la Doctrina Social de la Iglesia podemos afirmar que nuestra fe no se identifica de manera unívoca y directa con un modelo de organización sociopolítica particular, con una lucha determinada a favor de cierta emancipación o con un gobierno de tal o cual signo. Lo esencial de nuestra fe es la realidad concreta de la Persona de Jesucristo que interpela todas las dimensiones de nuestra humanidad y les brinda un nuevo horizonte de realización que rebasa nuestras más altas expectativas. Esta interpelación motiva el surgimiento de criterios, creando las más diversas iniciativas sociales con entera libertad y bajo la responsabilidad personal de quienes las realizan.


71.              La presencia real de Jesucristo entre nosotros, en nuestra historia, en nuestras búsquedas, es algo más que un esfuerzo a favor de una cierta liberación social. Jesucristo es Alguien que vence los límites del espacio y del tiempo para alcanzar el corazón de cada hombre y mujer, en cualquier rincón de nuestra Patria. Él es una presencia contemporánea a cada uno de nosotros, que nos libera del pecado y de la muerte. Él, con su sacrificio en la Cruz y con la Resurrección, nos permite decir con seguridad que todo puede ser nuevo, que todo puede ser sanado y reconstruido.


Múltiples iniciativas a partir de la experiencia de la fe


72.              La vitalidad cultural de las iniciativas de inspiración cristiana en los más diversos órdenes a lo largo de la historia de México no puede ser ocultada. El más mínimo recorrido por nuestra geografía nacional nos descubre signos elocuentes de la fe que se hace cultura en el arte, la arquitectura, el lenguaje, la celebración, los estilos de vida comunitaria. Nuestra historia está cargada de testigos extraordinarios que llevaron el anuncio cristiano hasta los parajes más recónditos de nuestro País. Recordemos con orgullo la obra educativa y asistencial de la Iglesia a través de incontables instituciones a lo largo de nuestra historia. Pensemos en los miles de católicos, tanto fieles laicos como consagrados y sacerdotes, que han comprometido su vida sirviendo a todos, en especial a los más pobres y marginados, en todos los rincones de nuestra Nación. Y particularmente debemos recordar a quienes han sufrido persecución y muerte a causa de la fe. Ellos, con su sacrificio muchas veces escondido y silencioso, que ha llegado incluso al martirio, han construido y aportado como nadie al bien de la Iglesia y de la Patria.


La fe ilumina a la razón y vivifica a la cultura


73.              México es un país plural marcado por un constante esfuerzo de integración no siempre bien logrado. Es preciso redescubrir nuestra historia, nuestra tradición y nuestros valores constitutivos, ya que la Nación Mexicana posee una identidad originaria que ha sido enriquecida con muy diversos aportes a lo largo del tiempo. La identidad de un pueblo está conformada por elementos esencialmente permanentes y existencialmente dinámicos, que no pueden ser reinventados por la moda ideológica o el poder político en turno.


74.              La razón iluminada por la fe se expresa de una manera creativa, alegre y propositiva al hacerse cultura[36]. Es urgente que la buena noticia del Evangelio fecunde hoy los proyectos más diversos a favor de la dignidad humana y de los pueblos. A nuestra generación le corresponde continuar la larga tradición de trabajo a favor del desarrollo y la promoción humana, que ha caracterizado en tantas ocasiones a quienes profesamos la fe en Jesucristo.


Cambio de Época, pluralismo cultural y laicidad


75.              Vivimos en una sociedad plural. La Iglesia Católica no pretende imponer un sólo modo de interpretar la realidad, sino que propone, con respeto a la libertad de cada persona, una cultura a favor de la vida y la dignidad de cada hombre y mujer que participa en la Nación Mexicana.


76.              Hoy vivimos un Cambio de Época en el que los grandes referentes de la cultura y de la vida cristiana están siendo cuestionados, afectando la valoración del hombre y su relación con Dios. Estamos ante nuevas expresiones culturales que establecen sus criterios de decisión apoyados a menudo exclusivamente en respuestas científicas parciales y en visiones limitadas de la realidad, en descrédito de toda consideración religiosa.


77.              La mayor amenaza a nuestra cultura está en querer eliminar toda referencia o relación con Dios. Algunos grupos identificados con un laicismo radical han buscado eliminar un horizonte trascendente de todo proyecto de futuro, provocando con ello un enorme vacío existencial, en tanto que no logran satisfacer los anhelos de realización y felicidad inscritos en lo más profundo del corazón humano: “Aquí está precisamente el gran error; quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y en consecuencia sólo puede terminar en caminos equivocados y recetas destructivas”[37].


78.              Por eso es tan importante que la vida política de nuestra Nación esté regulada por un auténtico sentido de laicidad, es decir por la responsabilidad del Estado y de la sociedad para reconocer e impulsar el derecho de todos los ciudadanos a vivir, en lo privado y en lo público, conforme a sus convicciones de conciencia en materia religiosa, con entera libertad.


79.              La religiosidad es una dimensión constitutiva del pueblo mexicano. El laicismo que se manifiesta de manera amenazante contra la religión no debe tener cabida en una sociedad respetuosa del Derecho, amante de la libertad y verdaderamente democrática. No hay enemigo más peligroso del Estado laico que el laicismo intolerante que busca disminuir libertades y restringir espacios de expresión.


80.              Para avanzar en la agenda social y política de nuestro País, es preciso reconocer e implementar mecanismos que garanticen la participación activa de todos los ciudadanos, buscando en el respeto mutuo un equilibrio social. Es fundamental que estos criterios democráticos se vean reflejados en las leyes que nos rigen. Una ley que pasa por encima o no reconoce las implicaciones de la dignidad humana y la libertad de los ciudadanos, debe ser corregida.


Derecho a la Libertad Religiosa


81.              Para que esto se lleve a cabo en plenitud se requiere de la vigencia completa del derecho humano a la libertad religiosa, la cual no debe ser interpretada jamás como una búsqueda de privilegios por parte de ninguna confesión religiosa. La libertad religiosa es un derecho de la persona que abraza no sólo a los creyentes sino aun a los no creyentes en su derecho a vivir con plena libertad las opciones que en conciencia se realizan sobre el significado y el sentido último de la vida. El ejercicio de esta libertad incluye tanto la vida privada como la pública, el testimonio individual y la presencia asociada, con el único límite del respeto al derecho de terceros.


82.              Para que el derecho humano a la libertad religiosa pueda ejercerse conforme a la justicia y a la libertad debe existir una sana separación entre el Estado y la Iglesia. Esta separación no sólo es un beneficio para el Estado, sino que es una exigencia constitutiva de la propia Iglesia, que en la actualidad es particularmente consciente de su legítima autonomía y de su diverso ámbito de competencia. La separación entre el Estado y la Iglesia no implica desconocimiento o falta de colaboración entre ambas instituciones. Al contrario, somos particularmente conscientes de que el Estado y la Iglesia, cada uno a su modo, deben encontrar caminos de colaboración que les permitan servir a las personas y a las comunidades. Por esta razón, y para avanzar en el camino hacia un México más justo y libre, deseamos insistir, junto con el Papa Benedicto XVI, en que “es urgente definir una laicidad positiva, abierta, y que, fundada en una justa autonomía del orden temporal y del orden espiritual, favorezca una sana colaboración y un espíritu de responsabilidad compartida”[38]. La Iglesia Católica en México, de este modo, se compromete a participar en la construcción de un auténtico Estado laico, garante de libertades y respetuoso de los derechos de todos por igual.


Ofrecer la cultura de la vida en un México plural


83.              Es evidente que las “cosas nuevas” que hoy marcan nuestra historia entrañan valores y promesas llenas de esperanza, como la nueva conciencia sobre el valor de los derechos humanos, la preocupación por las minorías, el desarrollo de la mujer, el cuidado del medio ambiente. Sin embargo, de manera simultánea, es perceptible que existen también nuevos desafíos que brotan de ideas y proyectos que lastiman la dignidad humana, como el abuso sobre la integridad física de embriones humanos, la destrucción del medio ambiente, la falta de vigencia del Estado de Derecho, la creciente pobreza y la falta de una maduración adecuada de nuestra incipiente democracia.


84.              Este escenario nos hace ver la importancia de la conversión personal entendida como un cambio profundo de mentalidad para una más adecuada relación con la realidad. Debemos entender que el lugar primario de incidencia de la novedad del Evangelio es la conciencia y el corazón de cada persona que, con su razón y libertad, toma decisiones, crea estilos de vida, símbolos, lenguajes y costumbres, en una palabra: cultura.


85.              La Iglesia en México, como comunidad de creyentes, debe sentirse particularmente responsable de animar procesos capaces de crear cultura y de revitalizar la ya existente: "La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe. Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida"[39].


86. A este respecto vale la pena recordar con atención las palabras de los obispos en Aparecida:
“En América Latina y el Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos se preparan para celebrar el Bicentenario de su Independencia, nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo de ser católicos y nuestras opciones personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante y encuentro vivificante con Cristo. Él se manifiesta como novedad de vida y de misión en todas las dimensiones de la existencia personal y social. Esto requiere, desde nuestra identidad católica, una evangelización mucho más misionera, en diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres. De lo contrario, “el rico tesoro del Continente Americano… su patrimonio más valioso: la fe en Dios amor…, corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población”[40].


87.              Estas palabras que brotan del corazón de la Iglesia en Aparecida, tienen que resonar fuertemente en México. Nuestra Nación está siendo estremecida por diversos males que lastiman tanto el corazón de las personas como la paz y el desarrollo de nuestras comunidades. Sin el aporte cristiano, sin la contribución que como Iglesia podemos dar a la vida de nuestro pueblo, nuestra Patria puede perder una parte importante de su memoria histórica, de la vitalidad que requiere para caminar en el presente y de la perspectiva de trascendencia que es necesario poseer para mirar el futuro con esperanza.


88. Esta responsabilidad de promover la cultura y, especialmente, la cultura de la vida, debe ser una de las prioridades en nuestro trabajo pastoral. Toda planeación y compromiso pastoral deben estar orientados para incidir en los estilos de vida de las personas y de las comunidades, con el fin de construir una relación renovada con la naturaleza, con nuestro prójimo y con Dios[41].


Contribuyendo a renovar las instituciones con la Doctrina Social de la Iglesia


89.              La Doctrina Social de la Iglesia ofrece una propuesta encarnada, racional y razonable, nacida del Evangelio, que tiene como destinatarios a todos los hombres de buena voluntad que buscan trabajar por el bien común y por las necesidades más apremiantes. Esto quiere decir que la contribución del cristianismo a la vida social consiste en ofrecer principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción como base para promover un humanismo integral y solidario[42].


90.              Esta Doctrina afirma también la libertad de la Iglesia respecto de todo proyecto político particular —al no identificarse con ninguno—, así como la necesidad de que existan cristianos comprometidos y maduros que, bajo la inspiración del Evangelio articulen múltiples proyectos encaminados al reordenamiento de la vida social de acuerdo a Cristo. Insistimos de nueva cuenta, “para los fieles laicos es una omisión grave abstenerse de ser presencia cristiana efectiva en el ambiente en que se desenvuelven. No pueden eludir el compromiso de afirmar en todo momento con coherencia y responsabilidad los valores que se desprenden de la fe”[43].


La Iglesia anuncia a Cristo


91.              Con esta perspectiva, con la temperancia y la mirada sosegada que sólo brinda el tiempo, podemos entender que la contribución de los cristianos a la historia de México ha sido más un esfuerzo religioso y cultural que un proyecto político. Quienes pretenden interpretar la historia de México solamente a la luz de la lucha por el poder, difícilmente pueden entender cómo la fe cristiana ha contribuido y contribuye al bien común de la Nación. Sin embargo, cuando se aprecia al pueblo mexicano real en sus valores, tradiciones, costumbres y creencias, se descubre con gran fuerza que existen muchos motivos para estar agradecidos con la presencia histórica del acontecimiento cristiano en nuestras tierras.


92.              Sólo cuando la conciencia se abre a mirar la realidad en la totalidad de sus factores puede descubrir la esencia del Evangelio, lo original de su propuesta y la verdadera trascendencia de su alcance. Con medios siempre pobres y marcada por la limitación y fragilidad de sus miembros, la Iglesia trabaja constantemente a favor del pueblo mexicano. La Iglesia no se anuncia a sí misma, sino a Cristo.


93.              Desde nuestra perspectiva, Cristo es el fundamento y factor de renovación cultural más importante que posee nuestra Nación. Creemos que desde una cultura renovada por Él, nuestras instituciones pueden llegar a transformarse en lo profundo y no quedarse en reformas o ajustes puramente accidentales y efímeros.


94.              Estamos convencidos, desde nuestra fe, de que no hay novedad ni futuro fuera del horizonte que brinda el Don de Dios. Sólo es posible recomenzar, tanto en la vida personal como en la vida de la Nación, desde Cristo. Él, habiendo vencido el pecado y la muerte, nos permite descubrir que la paz, la justicia, la concordia y el desarrollo verdadero son posibles, no sólo como ideales abstractos, sino como realidades concretas que dignifican la vida.


95.              Al conmemorar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, los creyentes debemos volver nuestra mirada no sólo a los hechos del pasado, sino a Cristo como acontecimiento presente. En Él y con Él, estamos convencidos, que los mexicanos podemos dar sentido a nuestro proyecto de Nación, y entender cada vez mejor nuestro lugar en el concierto de las naciones. Es Él quien nos sostiene en todo momento, quien nos acompaña con predilección y en cuyas manos está colocado nuestro destino trascendente.


96.              Los cristianos, confiando totalmente en Jesucristo, y sabedores de la responsabilidad que tenemos de cara al futuro de nuestra Nación, debemos disponernos a colaborar, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en la construcción de una sociedad más justa y solidaria, que nos permita vivir de acuerdo con las exigencias de nuestra dignidad.


PARTE III


PROTAGONISTAS TODOS, EN LA CONSTRUCCIÓN DE UN FUTURO CON ESPERANZA


97.              En esta Tercera Parte, los Obispos mexicanos invitamos a renovar nuestra conciencia sobre la responsabilidad que tenemos ante los desafíos que el presente nos ofrece y que los signos de los tiempos nos muestran con tanta evidencia.


98.              Como Pastores de la Iglesia Católica, y como ciudadanos de esta Nación, compartimos con todos los mexicanos nuestra reflexión sobre el futuro de nuestra Patria y nos comprometemos a seguir colaborando en su construcción con renovado ardor, convencidos de que todos debemos ser verdaderos protagonistas de los acontecimientos y no sólo espectadores de ellos.


99.              La Iglesia tiene el derecho de participar a través de sus ministros y fieles laicos, según sus propias funciones y responsabilidades. Los ministros, como pastores de la comunidad cristiana, tienen una tarea específica hacia el interior de la Iglesia y son también ellos expresión pública de la misma en sus enseñanzas y sus acciones. Los fieles laicos poseen como vocación y misión propias transformar el mundo según Cristo. Así mismo, son ciudadanos, es decir, hombres y mujeres responsables del bien común de la sociedad a la que pertenecen, como una de las dimensiones del camino de la salvación. “El mandato de Cristo a la Iglesia no se agota en la evangelización de las personas. En efecto, es necesario también evangelizar la conciencia de un pueblo, su ethos, su cultura”[44].


Ofrecemos una visión integral y trascendente del hombre


100.          Junto con otros actores de la sociedad, participamos en la construcción de nuestra cultura. Ofrecemos la cultura de la vida, aportando lo que nos es más propio, a partir de la cosmovisión del mundo y sobre todo de la concepción que del hombre tenemos, que se caracteriza por su trascendencia, su dignidad inviolable y su realización eminentemente social. Como lo afirmó el Papa Juan Pablo II, en la ciudad de Puebla: “Cuando un pastor de la Iglesia anuncia con claridad y sin ambigüedades la verdad sobre el hombre, revelada por Aquel mismo que «conocía lo que en el hombre había» (Jn. 2,25), debe animarlo la seguridad de estar prestando el mejor servicio al ser humano”[45].


101.          Es nuestra visión del hombre la que queremos ofrecer, en tanto que reconocemos que él es el medio, sujeto y fin de toda cultura, de toda actividad humana y dinámica social. Creemos que el hombre es un ser complejo de eminente dignidad. Es un espíritu encarnado que con su inteligencia y libertad participa en la construcción del mundo. Que por su individualidad es idéntico a sí mismo y diferente a los demás. Por su sociabilidad se encuentra vinculado esencialmente a la comunidad, al cosmos y por supuesto a Dios. Su bien personal y el bien de la comunidad son sus objetivos. Recibe influencias exteriores e interiores que lo condicionan, pero no lo determinan. Posee derechos que emanan de su propia naturaleza, que siempre se le deben respetar.


102.          El cristianismo, además, adiciona aspectos que presuponen la fe. La dignidad del hombre para nosotros no sólo se deriva de su naturaleza, sino de su calidad de hijo de Dios, así como de haber sido redimido por Cristo y llamado a la felicidad eterna. El hombre tiene como principal realización y expresión el amor por los demás y por ello debe preocuparse, no sólo por asistirlos en sus necesidades, sino también por promover todos los cambios que hagan posible un ambiente propicio para el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres. Se trata de un humanismo cristiano integral, como lo afirma la Doctrina Social de la Iglesia.


103.          Lo debemos decir claramente: nuestros males no son de orden práctico u operativo solamente; no radican en la ausencia de una voluntad de cambio; sino que están principalmente en el modo de concebirnos, de entendernos, de mirarnos a nosotros mismos. Están en la cultura moderna que hemos heredado, que sin negar los múltiples aspectos positivos y avances que posee, adolece de limitaciones y desviaciones. Debemos ser críticos y propositivos con el fin de mejorarla y hacerla más acorde a la realidad trascendente del hombre.


104.          Analizando la cultura moderna desde esta perspectiva, podemos decir que ésta se ha caracterizado principalmente por un deseo desmedido de autonomía del hombre, lejos de referencia trascendente alguna. Hoy presenciamos manifestaciones culturales que hunden sus raíces en la crisis del sujeto que es cada vez más egocéntrico, contradictorio consigo mismo en tanto que busca afirmar “sus propios derechos”, rechazando todo elemento objetivo. Esta forma de ser y de expresarse se basa más en impulsos instintivos y en emociones que en una racionalidad y una concepción coherente sobre el hombre. Esta cultura llega incluso a una cierta concepción de Dios, entendido como una vaga e impersonal divinidad, o bien a “un creer sin pertenecer”, es decir una fe puramente subjetiva. La verdad en este contexto cultural tiene una connotación negativa, asociada con conceptos tales como dogmatismo, intolerancia o imposición.


105.          Nosotros estamos convencidos de que el hombre debe reconocerse creado y partícipe de una realidad mucho más amplia que una visión individualista, relativista y egocéntrica. El hombre está llamado a reconocerse dentro de la historia, el cosmos, y en relación con un principio creador, que en nuestra experiencia cristiana es Aquel que tiene una identidad y entra en relación providente hasta darse a conocer como Padre, y no una simple energía impersonal. El hombre no es absoluto, no puede sustraerse de sus vínculos connaturales en los que está inmerso, ni del principio rector del que depende. Por ello, no puede pretender regir su vida sin dar cuenta, objetivamente, de sus razones y de su comportamiento. La superación de una visión fragmentada de la realidad, apoyada en un relativismo con que interpreta su propia naturaleza, sólo puede ser lograda a la luz de la razón humana llamada a conocer la verdad, y a la luz de la Revelación Divina que se manifiesta al corazón humano como plenitud del amor en Jesucristo.


106.          Nosotros “hemos creído en el amor de Dios, así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un horizonte nuevo a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna" (Jn 3, 16)”[46]. Así, el mandamiento del amor a Dios (Dt 6, 4-5) y el amor al prójimo (Lv 9, 18) se convierte en una respuesta al don del amor de Dios que ha venido a nuestro encuentro con Jesucristo (Cf. Lc. 10, 29-37).


107.          Ante una cultura fragmentada en su camino hacia la verdad e imposibilitada para encontrarse con el sentido de trascendencia, la auténtica religiosidad abre espacios nuevos para la experiencia humana, necesitada siempre de algo más que respuestas inmediatas, que lo lleven a dar sentido pleno a su existencia. “La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La Doctrina Social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa ‘carta de ciudadanía’ de la religión cristiana”[47].


108.          La misión de la Iglesia no se reduce al aspecto político ni económico[48]; mediante su enseñanza social no entra en cuestiones técnicas, ni propone modelos o sistemas de organización social[49]. Tiene, en cambio, la competencia que le viene del Evangelio: ofrecer el mensaje anunciado y vivido por Jesucristo para la realización plena de todo ser humano que lo acepte y lo reciba.


109.          Es una urgencia impostergable para los fieles laicos que su vida de fe se transforme en responsabilidad y creatividad ciudadanas. Son ellos quienes deben llevar al corazón de la cultura y de las instituciones la nueva humanidad que Cristo manifiesta y propone. Para ello, es urgente que existan nuevas formas de presencia organizada de los fieles laicos en la vida pública, que permitan construir ciudadanía, contribuir con el bien común y mostrar que la fe puede ser vivida y proclamada al interior de las realidades seculares, respetando la diversidad de otros pensamientos.


110.          Además, todos como Iglesia debemos colaborar a construir nuevas formas de acompañamiento pastoral para quienes son protagonistas en la construcción de la sociedad en ámbitos decisivos como son el político, económico, social y educativo. Todo movimiento y agrupación de fieles laicos debe ser una auténtica escuela para vivir la fe al servicio del mundo, transformando sus estructuras a la luz de las exigencias del Evangelio.


111.          En la riqueza de nuestra historia, no sólo de doscientos años de Independencia sino de quinientos años de mestizaje, el influjo del Evangelio ha sido constante y ha iluminando nuestra cultura hasta sus más hondas raíces. Por ello seguimos encontrando en el México actual manifestaciones de un profundo respeto a la vida, una gran estimación por la familia, un sentido de hospitalidad y de fiesta en nuestra existencia, e incluso una esperanza ante el drama de la muerte, que dejan ver un pueblo de profunda religiosidad que se descubre unido a cada paso con Dios. Desde esta conciencia común, debemos renovar nuestra comprensión de la realidad.


Frente a los grandes desafíos sociales: justicia y solidaridad


112.          Nuestra conciencia debe mantenerse sensible frente a los nuevos rostros de pobreza y a los rezagos históricos de nuestro País. Son muchos los mexicanos que han quedado excluidos del desarrollo. Su situación se ha visto agravada por el actual proceso de globalización que, en su dimensión económica “ha promovido una concentración de poder y de riqueza en manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información y los recursos humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos que no están suficientemente capacitados e informados”[50].


113.          Dentro de los nuevos rostros de pobreza, nos afligen y preocupan sobre todo los millones de migrantes que no han encontrado las oportunidades para una vida mejor y se ven obligados a dejar lo más propio, una familia, un pueblo, o incluso la Patria que los vio nacer. Los desempleados, víctimas de la economía utilitarista; los campesinos desplazados por no pertenecer al mundo de la tecnología y del mercado global, y los indígenas, que siguen siendo los grandes excluidos del progreso y objeto de múltiples discriminaciones. Los niños en condición de calle en las ciudades y la situación de muchos jóvenes y adolescentes que desde su temprana edad son reclutados por el crimen organizado para participar en actividades ilícitas, sembrando en ellos gérmenes de maldad.


114.          Los ideales de libertad, justicia e igualdad, por los que lucharon nuestros compatriotas en la Independencia y la Revolución Mexicana, nos siguen interpelando hoy con mayor fuerza, dado que las exigencias actuales son mucho más amplias y profundas. Somos una sociedad marcada por graves y escandalosas desigualdades sociales y por nuevos rostros de violencia criminal que impiden nuestra reconciliación. No basta un desarrollo unilateral que beneficia de manera inmediata sólo a unos pocos y pospone casi indefinidamente el progreso de las mayorías. Es necesario encontrar caminos de solidaridad que incluyan a todos los mexicanos.


115.          En el lenguaje de la Iglesia hablar de solidaridad implica incorporar la caridad en el horizonte de la justicia, ya que “la caridad representa el mayor mandamiento social… Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta”[51]. Por otra parte, la caridad supone también la exigencia de la verdad como “la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”[52].


116.          Solamente bajo la lógica de la justicia, la caridad y la verdad, seremos capaces de colaborar en la construcción de una sociedad solidaria y fraterna que supere los límites que nos caracterizan, comenzando por la consolidación de la democracia y el fortalecimiento de las instituciones.


117.          Ante esta realidad que nos apremia en el tiempo presente, proponemos a todos los sectores que conforman nuestra sociedad asumir tres prioridades fundamentales en el camino de nuestro desarrollo como Nación:


a)      Queremos un México en el que todos sus habitantes tengan acceso equitativo a los bienes de la tierra. Un México en el que se promueva la superación y crecimiento de todos en la justicia y la solidaridad; por lo que necesitamos entrar decididamente en un combate frontal a la pobreza.


b)      Queremos un México que crezca en su cultura y preparación con una mayor conciencia de su dignidad y mejores elementos para su desarrollo, con una educación integral y de calidad para todos.


c)      Queremos un México que viva reconciliado, alcanzando una mayor armonía e integración en sus distintos componentes sociales y con sus diferentes orientaciones políticas, pero unificado en el bien común y en el respeto de unos y otros.


118.          Los Obispos mexicanos subrayamos algunas implicaciones de cada una de estas prioridades y ofrecemos algunos criterios de juicios y líneas de acción.



Combate a la pobreza


119.          No debemos acostumbrarnos nunca a un escenario de desigualdad social y a una pobreza creciente, como si se tratara de un fatalismo insuperable o un determinismo sin salida. El problema de fondo está “en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”[53], señalaba con sabiduría Pablo VI; por ello debemos implementar programas y estrategias que partan de un autentico sentido de fraternidad: “lograr esta meta es tan importante que exige tomarla en consideración para comprenderla a fondo y movilizarse concretamente con el ‘corazón’, con el fin de hacer cambiar los procesos económicos y sociales hacia metas plenamente humanas”[54]. La pobreza y la falta de recursos comienzan a superarse cuando nos encontramos en un escenario de fraternidad, solidaridad y conciencia social.


120.          Debemos reconocer la importancia que tiene la llamada estabilidad macroeconómica, que nuestro país ha alcanzado en los últimos años, para dar certidumbre a las inversiones que generan el desarrollo. También debemos señalar con la misma claridad que hace falta generar condiciones de justicia social para producir mayores empleos de calidad, que permitan un salario justo para una vida digna como personas, familias y sociedad. Esto implica no sólo una modernización de las estructuras productivas, sino también una serie de reformas legales que lo favorezcan y garanticen, una serie de acuerdos políticos que estén a la altura de lo que necesita la Nación mexicana y no sólo de los intereses limitados de algunos grupos políticos o gremiales. Hacemos también un fuerte llamado a los empresarios para que asuman la verdadera responsabilidad social que corresponde a la ética de sus actividades económicas[55].


121.          La superación de la pobreza debe incluir programas para el desarrollo integral de las personas y de las comunidades, a fin de que éstas tomen la responsabilidad de su propio desarrollo. No bastan los programas sociales asistencialistas, y tampoco las acciones de gobierno que sólo se concentran a dar respuesta a situaciones de emergencia o meramente circunstanciales. Las soluciones que México requiere, y que responden a su cultura, han de ser construidas desde la comunidad, contando con el apoyo subsidiario de otras dimensiones de la vida social y del Estado.


122.          De manera especial deben ser atendidos los espacios deprimidos por la miseria urbana o rural, dado que allí está la primera exigencia de solidaridad y el primer foco de desestabilización social. Una sociedad que está marcada por la desigualdad no puede crecer con armonía. Allí donde imperan la miseria y la desigualdad, crecerá siempre el rencor y la tentación de caminos equivocados para el desarrollo personal y social. Es allí donde el crimen organizado puede encontrar mucho más fácilmente manos desesperadas dispuestas para la violencia. Es allí donde la manipulación política y hasta religiosa pasa por encima de la dignidad de las personas para ganar adeptos. Es allí donde se pueden generar estallidos sociales.


123.          Debemos impulsar políticas públicas integrales, abiertas a la participación de todos los sectores, que permitan a toda la población el acceso a los servicios de salud, alimentación, educación, vivienda y seguridad social. Esto conlleva el desarrollo de una política económica que genere oportunidades de inversión y trabajo con libertad y justicia, con reglas claras y exigencias básicas. Una política económica que permita empleos productivos y el crecimiento del capital humano mediante la capacitación y el crecimiento en sus derechos sociales. No se trata de exigir un Estado asistencialista, sino una sociedad fraterna, corresponsable y solidaria mediante el desarrollo de las actividades productivas, generación de empleos dignos, el crecimiento del mercado interno y las exigencias de las contribuciones fiscales justas y generales.


Educación integral y de calidad para todos


124.          Nuestro sistema educativo, tal como hoy se presenta, deja mucho que desear en cuanto a su calidad y resultados. Lo observamos agobiado por los problemas de preparación magisterial y por los lastres de algunas prácticas viciosas del modelo sindical que se apoya en el control corporativo. También nos preocupa la corrupción que consume enormes cantidades de recursos públicos que no llegan a rendir sus beneficios en los centros escolares. A nuestro parecer, lo más grave de estas dinámicas de corrupción es que se contamina la noble tarea de educar, que debería llevarnos a “cultivar” personas íntegras y generosas, capaces de responder y vivir alegremente el sentido y el significado de su existencia.


125.          Por otra parte, en un aspecto igualmente delicado, debemos decir que nuestro sistema educativo está marcado por un laicismo mal entendido, que deja de lado los valores humanos universales como si se tratara de aspectos confesionales. Esta realidad tiene implicaciones graves, pues si no es capaz de reconocer valores universales, mucho menos tiene la posibilidad de comprender las realidades trascendentes del hombre, proyectadas en la cultura que nos caracteriza, y en concordancia con la trayectoria familiar de muchos de nuestros estudiantes. El sistema educativo mexicano ha convertido al laicismo en un instrumento ideológico que pasa por encima del derecho de los padres a la educación de sus hijos y no respeta las raíces culturales más nobles de nuestro pueblo. Es necesario que la educación laica se convierta en una verdadera escuela de respeto y valoración a las diferencias culturales y religiosas que nos caracterizan.


126.          Debemos hacer de la educación no sólo la herramienta del desarrollo que llegue a todos, mejorando los conocimientos y habilidades, sino también el espacio de respeto y libertad para difundir los valores que engrandecen a la persona y la llevan a reconocer su dignidad y a vivir sus convicciones. Sin negar que la educación nos prepara para el trabajo, la dignidad humana exige primariamente que la educación sea concebida como el desarrollo integral de las personas, que posibilita vivir plena y responsablemente la totalidad de las situaciones que constituyen nuestra vida individual y social. Si la educación no forma antes que nada personas íntegras que amen el bien, la belleza, la verdad y la justicia, todo lo demás queda fincado en un terreno frágil y superficial[56].


127.          La educación católica ha sido y sigue siendo impartida en numerosos centros de educación básica, media y superior, a cargo de comunidades religiosas o laicos comprometidos con su fe. Creemos que partiendo de su identidad cristiana, deben ser verdaderos espacios para el desarrollo de un diálogo vigoroso entre la fe y la ciencia, que forme con seriedad y excelencia académica, con rigor científico y metodológico, conética educativa y eficiencia profesional. Pero, sobre todo, deben ser verdaderos centros educativos que ofrezcan con claridad lo que les es propio, la transmisión de una cultura desde la cosmovisión y la experiencia cristiana, en apertura respetuosa a todas las mentalidades.


128.          Son muchos los maestros y maestras de extraordinaria calidad humana que, en los distintos centros educativos públicos y privados, están engrandeciendo el alma de los niños y jóvenes mexicanos, no sólo por los conocimientos que imparten, sino por el ejemplo de vida con que forjan la conciencia de las nuevas generaciones. Son muchos los maestros y maestras que, sostenidos por su fe en Jesucristo y en un profundo respeto a la conciencia de sus alumnos, dan testimonio de amor a la vida y amor a Dios, de su compromiso con la Patria y con la dignidad de cada persona. Se convierten por eso mismo en los grandes evangelizadores, por su sola actividad educativa honesta y comprometida. La Iglesia agradece su testimonio, y nosotros expresamos nuestro compromiso como pastores de la comunidad cristiana para seguir acompañándolos en la formación de su fe y promover su presencia organizada en la sociedad.


Reconciliación nacional


129.          Una de las grandes tareas pendientes en nuestra historia es la reconciliación entre todos los que formamos esta gran Nación. Reconciliación con nuestro pasado, aceptando nuestras raíces indígenas y europeas, especialmente españolas, todas vigentes y actuales. Reconciliación con cada una de nuestras etapas valiosas e importantes en la conformación de nuestra cultura: el Virreinato, la Independencia, la Reforma, la Revolución, el Sistema Político Posrevolucionario y la actual experiencia de paulatina transición democrática.


130.          Reconciliación entre las distintas formas de pensar, erradicando los fundamentalismos laicistas o las intolerancias religiosas de cualquier signo. Reconciliación de las distintas clases sociales, superando el desprecio y la desconfianza de unos y otros para buscar el desarrollo de todos, sin injusticias ni discriminaciones. Uno de los tropiezos más graves después del movimiento de Independencia fue el enfrentamiento ideológico que dividió al País y nos llevó a rencores casi insuperables. Detrás de la Revolución Mexicana hay también una serie de desencuentros y desprecios que nos han llevado a ver como enemigos a quienes deberíamos ver como conciudadanos, compatriotas y hermanos. Ahora, al dar pasos firmes hacia la consolidación democrática y la legítima alternancia en el poder político, vuelve a resurgir la discordia que paraliza los caminos de progreso y desarrollo, por la intolerancia ideológica de unos y la falta de compromiso de otros. Nuestra clase política debe crecer hacia una madurez intelectual que la lleve a una altura de miras, para anteponer el bien superior de la Nación a los intereses personales, partidistas y de poder. Sin una reconciliación política basada en el diálogo, el reconocimiento de los adversarios ideológicos y el respeto de las instituciones, no hay progreso posible.


131.          Los Obispos mexicanos señalamos con claridad que los motivos de conmemoración por
haber alcanzado la Independencia, o por haber buscado caminos de justicia en la Revolución Mexicana, no nos deben hacer olvidar que la violencia, el derramamiento de sangre, la ruptura de procesos sociales, los odios engendrados entre grupos distintos, no pueden ser jamás el camino adecuado para buscar la superación de los problemas y alcanzar mejores condiciones sociales de un pueblo. De nueva cuenta llamamos a todos los actores sociales a cerrar las puertas a cualquier tentación de emprender caminos violentos, que sólo provocan muerte, atraso y destrucción. Hoy debemos buscar caminos no violentos para avanzar juntos y superar nuestros problemas. La manifestación de nuestros desacuerdos, la insatisfacción por nuestras carencias, la crítica legítima a la situación que vivimos deben convertirse hoy en propuestas creativas, positivas y viables, que construyan corresponsablemente una sociedad más digna, más solidaria.


132.          Reconocemos que los verdaderos motivos para celebrar estos acontecimientos históricos están fincados en la vida de miles y miles de mexicanos que, con su labor y entrega diarias, y sus grandes virtudes, han ido forjando la libertad y la renovación de nuestra Patria.


133.          Los católicos tenemos el compromiso de colaborar en la construcción de esta gran Nación Mexicana; no queremos ser excluidos, ni mucho menos pretendemos autoexcluirnos; al contrario, nos sabemos identificados con este pueblo y esta cultura tan nítidamente expresada en el rostro mestizo de Santa María de Guadalupe. Por ello la Iglesia quiere ofrecer, con humildad y convicción, su servicio y su aporte en el camino de la reconciliación y el desarrollo, como lo hemos expresado, entre otros, en nuestro más reciente documento colegial que ofrece propuestas para la construcción de la paz y la vida digna del pueblo mexicano[57].


134.          Ante aquellos que hoy buscan sembrar un estado de miedo y de muerte, mediante actividades ilícitas y delincuenciales, poniendo en riesgo todo lo que hemos alcanzado en nuestro camino histórico, como es la libertad y las instituciones democráticas que hemos construido juntos, debemos decir que la auténtica sociedad mexicana los repudia y la Iglesia los llama a una conversión que los haga reencontrar los caminos de bien y de justicia.


135.          Finalmente, insistimos a los miembros de nuestras comunidades que, en nuestros proyectos pastorales y en los programas de catequesis, debemos incluir la cultura de la reconciliación como uno de los elementos propios de la vida cristiana. Debemos promover la reconciliación al interior de las familias mediante el respeto y el perdón; difundir la reconciliación como una virtud de la experiencia comunitaria en nuestras parroquias y demás centros y organizaciones de nuestra actividad eclesial. La reconciliación debe ser un servicio de la Iglesia en medio de nuestra sociedad, a través del testimonio del respeto, del perdón y de la valoración de los demás, aun cuando haya grandes o graves diferencias. La Iglesia tiene como misión en el mundo extender el Reino de la Paz fundado en Cristo.


CONCLUSIÓN:


UNA MIRADA DE ESPERANZA


136.          Nuestra mirada hacia el futuro está llena de esperanza porque somos un pueblo con una gran riqueza humana y cristiana. Nuestras raíces, nuestra historia y nuestra cultura nos piden estar a la altura de nuestros antepasados.


137.          Como creyentes, afirmamos que nuestra esperanza está fincada, más allá de nuestras posibilidades humanas, en sí mismas valiosas, en la firme voluntad divina, manifestada en Jesucristo, de conducir la historia de la humanidad entera hacia la plenitud de la vida y la salvación. Nuestra esperanza es, sobre todo, esperanza en Dios. Él sostiene y acompaña nuestro presente y nuestro futuro. Él nos ha ofrecido el Camino, la Verdad y la Vida en su Hijo, nuestro Hermano.


138.          Debemos ser capaces de ver en nuestro presente los albores del Reino de Dios que ya está en construcción en el corazón de los hombres y mujeres que aman la verdad, que se conducen con la justicia y que realizan sus acciones marcadas con el esplendor de la caridad: es así como se construye un mundo más humano, más fraterno, más solidario y auténticamente desarrollado.


139.          Estamos orgullosos y agradecidos por nuestro pasado, nos sentimos profundamente comprometidos con nuestro presente y, a pesar de los conflictos y dificultades actuales, estamos llenos de esperanza por nuestro futuro. México es una Nación con una historia y una vocación providenciales, un País bendecido por Dios, que debe seguir su camino, siempre inconcluso, hacia su propio desarrollo, en colaboración fraterna con las demás naciones del Continente Americano y del mundo entero.


140.          Confiados en el valor de la oración los exhortamos a dar gracias a Dios por todos los beneficios que ha recibido nuestra Patria, a pedir perdón por las infidelidades de sus miembros, a elevar oraciones por los que murieron en luchas sangrientas, así como pedir la gracia y creatividad en la caridad necesarias para impulsar, junto con todos los mexicanos, el desarrollo para nuestro País. Unámonos en la plegaria que la Santa Madre Iglesia nos propone, en la Solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, “Patrona de nuestra Libertad”:



“Padre de misericordia,
que has puesto a este pueblo tuyo
bajo la especial protección
de la siempre Virgen María de Guadalupe, Madre de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
profundizar en nuestra fe
y buscar el progreso de nuestra patria
por caminos de justicia y de paz.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”
[58].



[1] V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Aparecida, n. 17
[2] Cf. AGUSTÍN DE HIPONA, Confesiones, Libro XI, Capítulo XX
[3] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n. 45
[4] Ibíd., n. 2
[5] V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Aparecida, n. 11
[6] BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, n. 4
[7] Cfr. Miguel Hidalgo y Costilla, Proclama que empieza “Cuando yo vuelvo la vista por todas las  naciones del universo”. Texto completo: en Carlos Herrejón Peredo, “Escritos de Hidalgo publicado o datados en Guadalajara”, en Moisés Guzmán Pérez (Coord.), Guerra e imaginarios políticos en la época de las independencias, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2007, pp. 48-50.
[8] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n. 11
[9] III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Puebla, 1979, n. 282
[10] Cf. J. M. MORELOS Y PAVÓN, Sentimientos de la Nación, n. 15
[11] El mismo título que se dio Morelos de “Siervo de la Nación”, remite a las figuras bíblicas de Moisés, de Josué y del “Siervo de Yahvé”.
[12] J. J. GARCÍA DE TORRES, “Sermón de Acción de Gracias a María Santísima de Guadalupe por el venturoso suceso de la Independencia…, predicado en su Santuario Insigne Colegiata, el 12 de Octubre de 1821, presente el supremo Consejo de la Regencia, presidido por el Excmo. Sr. D. Agustín de Iturbide”, Imprenta de D. Alejandro Valdés, México, 1821
[13] Cf. Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Michoacán, Morelia, 1° y 15° de Mayo de 1910, pp. 163-165
[14] Cf. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Carta Pastoral “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, CEM, México, 2000, n. 30
[15] Ibíd., n. 31
[16] Cf. N. SARKOZY, Discurso a Benedicto XVI en el Palacio del Elíseo de París, 12 de septiembre de 2008
[17] JUAN PABLO II, Discurso en el Aeropuerto de la Ciudad de México, 22 de Enero de 1999
[18] JUAN PABLO II, Tertio Millennio Adveniente, n. 10
[19] Cf. BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, n. n. 16-19
[20] Cf. PABLO VI, Populorum Progressio, n. n. 30-­31
[21] Cf. PABLO VI, Evangelii nuntiandi, n. 37
[22] J. M. MORELOS Y PAVÓN, Sentimientos de la Nación, n. 19.
[23] Cf. J. M. MORELOS Y PAVÓN, Sentimientos de la Nación, n. 4
[24] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n. 10.
[25] Cf. JUAN PABLO II, Novo Millennio Ineunte, n. 3
[26] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n. 1
[27] Cf. V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Aparecida, n. 42: “La persona busca siempre la verdad de su ser, puesto que es esta verdad la que ilumina la realidad de tal modo que pueda desenvolverse en ella con libertad y alegría, con gozo y esperanza”
[28] Ibíd., n. 39
[29] Cf. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Carta Pastoral “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, CEM, México, 2000
[30] Cf. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Exhortación Pastoral “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna”, CEM, México, 2010
[31] Cf. PAULO VI, Evangelii nuntiandi, n. 10
[32] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n. 53
[33] En sus cinco visitas a nuestro país, el Papa Juan Pablo II nos insistió en mantenernos fieles a estas raíces cristianas que nos dan identidad
[34] CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Exhortación Pastoral “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna”, CEM, México, 2010, n. 206.
[35] Cf. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Carta Pastoral “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, CEM, México, 2000, n. n. 268-269
[36] Cf. BENEDICTO XVI, “Discurso Inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano”, Aparecida, 13 de mayo de 2007; “Fe, razón y Universidad. Recuerdos y reflexiones. Discurso a los representantes del mundo de la cultura en la Universidad de Ratisbona”, 12 de septiembre de 2007; Véanse también, “Discurso previsto en la Universidad de la Sapienza”, pronunciado el 17 de enero de 2008; “Discurso al mundo de la cultura”, Colegio de los Bernardinos, 12 de septiembre de 2008.
[37] BENEDICTO XVI, “Discurso Inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano”, Aparecida, 13 de mayo de 2007, n. 3
[38] BENEDICTO XVI, Discurso en la Audiencia al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, Lunes 11 de enero de 2010.
[39] JUAN PABLO II, Discurso del 16 de enero de 1982
[40] V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Aparecida, n. 13
[41] Cf. PAULO VI, Evangelii nuntiandi, n. n. 18-20
[42] CONSEJO PONTIFICIO JUSTICIA Y PAZ, Compendio de Doctrina social de la Iglesia, CEM, México, 2006, n. 7
[43] CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Carta Pastoral “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, CEM, México, 2000, n. 271
[44] PAULO VI, Evangelii nuntiandi, n. 18
[45] JUAN PABLO II, Discurso Inaugural pronunciado en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México, 28 de enero de 1979
[46] Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.
[47] Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n. 56.
[48] Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 42
[49] Cf. Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n. 41
[50] V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Aparecida, n. 62
[51] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de Doctrina social de la Iglesia, CEM, México, 2006, n. 583
[52] BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, n. 1
[53] PABLO VI, Populorum Progressio, n. 66
[54] BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, n. 20
[55] Cf. BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, n. 40: “Aunque no todos los planteamientos éticos que guían hoy el debate sobre la responsabilidad social de la empresa son aceptables según la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, es cierto que se va difundiendo cada vez más la convicción según la cual la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia”
[56] Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n. 61: "Para educar es preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza. Al afianzarse una visión relativista de dicha naturaleza plantea serios problemas a la educación, sobre todo a la educación moral, comprometiendo su difusión universal. Cediendo a este relativismo, todos se empobrecen más"
[57] Cf. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Exhortación Pastoral “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna”, CEM, México, 2010
[58] Misal Romano (2ª. Ed. Tip), Colecta de la Misa en la Solemnidad de Santa María de Guadalupe, p. 596

Paraguay

Carta Pastoral de los Obispos del Paraguay
con ocasión del Bicentenario de Independencia
2010

“Una nueva Evangelización para un nuevo Paraguay”

Conferencia Episcopal Paraguaya

Asunción, 5 de noviembre de 2010




I.                   INTRODUCCIÓN

Con este lema iniciamos el año pastoral 2011 en el Santuario de Nuestra Señora Virgen Inmaculada de Caacupé. Coincidentemente celebramos también el año del Bicentenario de la Independencia Nacional. Los Obispos de la Iglesia en el Paraguay queremos compartir con ustedes nuestra reflexión pastoral desde la fe en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador, Señor de la historia. También está en pleno desarrollo la Misión Permanente, como actividad evangelizadora que busca por una parte, renovar la fe de los cristianos para llegar a ser discípulos-misioneros de Jesucristo y por otra, colaborar con la sociedad en la promoción humana en nuestro pueblo paraguayo.

El Bicentenario debe marcar el rumbo para los tiempos nuevos que vivirá nuestro país de cara al futuro. Esta tarea es un deber de todo ciudadano, de las familias, de las instituciones públicas, y de la misma Iglesia.

II.                LA IGLESIA EN LA INDEPENDENCIA PATRIA

El papel de la Iglesia en la Independencia

La Iglesia en el Paraguay ha estado estrechamente vinculada a los procesos históricos, no sólo en el nivel de la dirigencia nacional, sino también porque siempre ha acompañado la suerte del pueblo sencillo. De hecho los orígenes de la patria se han cimentado sobre una cultura católica. Desde entonces, la Iglesia se ha manifestado como la “conciencia del pueblo”, un pueblo que mira al futuro con esperanza.

Muchos líderes de la colonia en la Provincia del Paraguay, siendo clérigos y funcionarios civiles, fueron formados en algunos de los dos centros de estudios de grado que estaban al alcance entonces. Uno de ellos fue la Universidad de Córdoba del Tucumán, fundada por el Obispo Trejo y Sanabria y encomendada a la Compañía de Jesús en 1614, y el otro, el Real Colegio Seminario de San Carlos, fundado en 1783, en Asunción.

De hecho, todos los líderes militares o civiles que participaron en el movimiento independentista eran bautizados y formados en la religión católica. A diferencia de los actores de la independencia en algunas de las naciones emergentes, no se conoce, entre los revolucionarios paraguayos, la presencia de personas o grupos que buscaban abiertamente el desprestigio institucional de la Iglesia ni de sus miembros, ni muchos menos perseguirlos violentamente.

El papel protagónico de la Iglesia en la vida de la colonia en todas las posesiones españolas en América, nos indica el gran peso político y cultural que tenían los cristianos católicos a través de sus hombres y de sus instituciones. La presencia de clérigos y demás fieles católicos en los acontecimientos fundacionales de la independencia del Paraguay hace de ésta una gesta no cruenta dentro del proceso independentista en América.

En parte, por estrategia de sobrevivencia, en parte, por comprender el modelo político dominante de esos momentos como expresión del proyecto nacional de la independencia, la Iglesia soportó el sometimiento al poder temporal. Los hombres de la Iglesia, motivados por la fe, se vieron en la necesidad de comprometerse con la patria. Así participaron en el proyecto de un Estado que aún tenía por delante la configuración de una ciudadanía paraguaya, totalmente volcada a mirarse a sí misma con un modelo propio: preservar la independencia y edificar la paraguayidad.

III.             LA IGLESIA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX

Principales procesos históricos

El proceso histórico del cual arranca la Iglesia en el Paraguay para llegar hasta la celebración del Bicentenario de la Independencia fue mucho más complejo de lo que podía suponerse, en un pequeño país edificado entre grandes desgracias. Hoy no sólo parece sorprendente, sino también increíble verificar algunas de las etapas principales de ese proceso, y tomar conciencia de lo que ellas significaron. La diócesis de Asunción, creada en 1547, primera de todo el Río de la Plata, continuó siendo la única jurisdicción eclesiástica del Paraguay hasta 1929, cuando se crea la Arquidiócesis de la Santísima Asunción, con Mons. Juan Sinforiano Bogarín como arzobispo, y las Diócesis de la Santísima Concepción y de Villarrica del Espíritu Santo, en 1932, con los obispos Emilio Sosa Gaona y Agustín Rodríguez. En 1948 y 1950, se crean los Vicariatos del Chaco y de Pilcomayo, respectivamente, con los obispos Ángel Muzzolón y Walter Vervoort. Este pequeño grupo constituyó la base fundacional de lo que sería luego la Conferencia Episcopal Paraguaya, CEP.

El país y la Iglesia casi habían desaparecido durante la catastrófica destrucción que trajo la guerra de la Triple Alianza (1864/1870). Se encontrará luego con la presencia de un solo Obispo, Mons. Juan Sinforiano Bogarín, quien, con un gran vigor, tuvo la misión y la visión de empeñarse en reconstruirlos moralmente desde su designación en 1895 hasta su muerte en 1949, aun teniendo que pasar por tres devastadoras revoluciones civiles (1911/12, 1922/23, 1947) y una guerra internacional, con Bolivia (1932/35). Por ello, a Mons. Bogarín se le adjudicó el título de “reconstructor moral de la Nación”.

En efecto, la tarea pastoral y civil de Mons. Bogarín se caracterizó por auténticas hazañas que aún hoy son admirables. Recorrió tres veces todo el territorio patrio, población por población, a pie, en canoa, a lomo de burro y de caballo o con el medio de transporte que hubiera disponible, para llevar el mensaje de Cristo y enseñar a los paraguayos y paraguayas en la doctrina, en la moral, en orientaciones ciudadanas pacificadoras en medio de los permanentes conflictos y aún en cuestiones de agricultura. Por todo ello, se le reconocieron otros títulos como los de “pacificador de la nación”, “fomentador de la agricultura”, “incitador del verdadero patriotismo”.

En estos tiempos de reconstrucción y construcción del Paraguay, devastado por las Guerras internacionales y por los enfrentamientos civiles, fue necesario un largo y paciente trabajo pastoral de la Iglesia, encabezada por Mons. Bogarín, para que el clero, los religiosos y el pueblo católico, cada cual en su respectivo campo de  acción, pudiera mejorar la situación de postración en que se encontraba el país.

IV.             UNA IGLESIA EVANGELIZADORA QUE ANUNCIA Y DENUNCIA

Los nuevos cambios históricos

Después de la Guerra del Chaco se sucedieron varios Gobiernos en medio de un periodo de inestabilidad política que mantuvieron a la Iglesia con una evangelización en el marco de una pastoral tradicional, con énfasis en la doctrina y el catecismo, en la piedad popular y en la práctica sacramental siguiendo fielmente el Concilio Tridentino vigente en aquellos tiempos. Posteriormente se hizo visible un cambio progresivo en la orientación en que lo político y lo religioso habrían de verse en un nuevo sistema de relaciones.

La posición de apertura “al mundo actual” del Concilio Vaticano II (1962-1965), de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, reunida en Medellín, Colombia, (1968), y de la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi” (1975), provenía de una renovada reflexión y confianza en el paradigma del misterio de la Encarnación y, por tanto, del hombre como “camino de la Iglesia”.

La Iglesia había decidido ir al pueblo, allí donde estaba, sufría, clamaba, y alimentaba ilusiones y esperanzas, para llevarle su mensaje y sus medios de salvación, en vez de pedir que el pueblo viniese a la Iglesia a buscar ese mensaje y alimentar su fe. Esta inversión de la pastoral llevó a la Iglesia a “acompañar al pueblo en su maduración espiritual dentro del proceso histórico de él.”

La larga dictadura de 35 años, vio la pastoral de la Iglesia como “subversión”; porque, de hecho, significaba que la Iglesia apoyaría la dignificación de los más pobres no sólo según lo pedía el Evangelio sino a partir de las vivencias de los mismos, sometidas a duras e inmerecidas injusticias, de las que la conciencia cristiana no se haría cómplice. El conflicto se hizo inevitable y, desde finales de la década del 60 hasta finales de los 80, fue creciendo en intensidad, en riesgos y en consecuencias limitantes y dolorosas para la Iglesia. En todo el continente se vivieron experiencias similares, con las dictaduras militares que dominaban en todas partes, pero que en el Paraguay se hizo más larga e insidiosa por la particular estructura del régimen y el aislamiento del país.

En todo este tiempo, la Iglesia fue amparo y reparo de los pobres y de los perseguidos; era la voz profética de denuncia y de anuncio de que la Iglesia estaba presente “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”.

La Iglesia, madre solícita de todos los paraguayos, accedió a ser lugar de encuentro de las fuerzas políticas y sociales y a moderar un gran Diálogo Nacional en los años 1986/87, como un gesto de servicio a la Nación, con el “deseo de secundar toda iniciativa que facilite la unidad nacional y la participación de todos los ciudadanos en la consecución del bien común”. El documento final robusteció el propósito de gran parte de la ciudadanía, de preparar y apresurar una salida digna al bloqueo político del país.

El II Congreso Eucarístico Nacional tuvo una preparación de dos años a fin de fomentar la vivencia de la Eucaristía como expresión del anhelo de nuestro pueblo de transitar hacia un futuro diferente. El lema del Congreso fue “Cristo Eucaristía, para un Nuevo Paraguay” que concluye en Caacupé el 8 de Diciembre de 1988. El mismo año, en mayo, se recibe la visita del Santo Padre, Juan Pablo II. Fue una visita histórica ante la cual el pueblo respondió en forma multitudinaria y con fervor como nunca antes se vio en el país; el Papa, con conceptos sencillos, pero muy claros y muy directos, reencendió una fortísima esperanza en el ánimo oprimido y ansioso de la gente. Este estímulo fue de tal importancia que, nueve meses después, sumado a los factores contradictorios del momento caótico que se vivía, ayudó a derribar la dictadura y a encaminar con gran espíritu positivo la nueva etapa en la vida de la Nación.

El 8 de diciembre de 1997, en Caacupé, los Obispos del Paraguay hemos convocado a los miembros de la sociedad civil organizada, a las autoridades y líderes políticos y sociales para trabajar juntos en el diseño de una visión del futuro, del “Paraguay Jaipotava”, hacia la cual invitamos a orientar los mejores esfuerzos. Los resultados de la iniciativa demostraron que los ciudadanos paraguayos pueden cambiar de actitud, mejorando su autoestima, su capacidad de tomar iniciativas, de promover la excelencia en la autogestión, de superar los paradigmas de la dependencia y la mediocridad y de asumir una mayor responsabilidad política en la gestión del bien común.

El proceso vivido en estos 21 años de transición democrática tuvo luces y sombras, pesando más éstas últimas, que llevó a amplios sectores de la población a la desilusión y al pesimismo sobre las bondades del régimen democrático. Sin embargo, las nuevas generaciones, que no conocieron ya las desgracias nacionales de los autoritarismos constituidos en sistemas, tienen, mediante el amplio ejercicio de las libertades públicas, una esperanza diferente. Esta valiosa realidad no garantiza, por sí, la calidad del proceso democrático, que sigue presentando déficit importante, pues necesita pasar de una democracia meramente formal, electoral, a una democracia como estilo de vida y de ejercicio de la política para la consecución del bien común de la sociedad.

La misma Iglesia en el Paraguay afrontó en los últimos tiempos una situación compleja que tuvo su repercusión, específicamente en el plano político y eclesial, en todo el país: el caso atípico de la asunción a la presidencia de la República de un Obispo. Se ha manejado este hecho con una visión pastoral constructiva, asumiendo los desafíos que la situación ha planteado a la Iglesia en su relación de necesaria autonomía e independencia, pero de mutua colaboración, con el Estado, como se establece en la Constitución Nacional. Como respuesta a la necesidad fundamental del momento, la Iglesia, por dos o tres años consecutivos, puso el acento en la comunión eclesial. En este espíritu hemos sido fortalecidos con el Mensaje del Papa Benedicto XVI dado a los Obispos en Roma, en la visita “ad limina” de septiembre del 2008. Resuenan todavía las palabras de Su Santidad: “Como Sucesor del Apóstol Pedro, os animo a seguir trabajando con todas vuestras fuerzas para acrecentar la unidad en vuestras comunidades diocesanas, así como con esta Sede Apostólica. Esa unidad por la que rezó el Señor Jesús, de modo especial en la Última Cena (cf. Jn 17, 20-21), es fuente de verdadera fecundidad pastoral y espiritual.”

También es parte esencial de su misión evangelizadora y de su actitud de servicio, el acompañamiento permanente de la Iglesia con su magisterio al pueblo paraguayo en la construcción de su historia.

V.                INDEPENDENCIA Y SOBERANÍA: DESAFÍOS Y COMPROMISOS HOY

Hacia la construcción de la Nación Paraguaya

No se puede construir la República, la Nación y la Patria sin ciudadanos integrales. A la luz del evangelio hemos de interpretar el sentido de la autoridad política, de la ciudadanía y de la democracia. Estos conceptos componen el cuerpo de una nación y el crecimiento de un pueblo. Así se puede gestar lo que llamamos un Nuevo Paraguay.

Proponemos un proyecto-país basado sobre la dignificación de la persona humana y el bien común, con una política nacional, más allá de las ideologías partidarias. Urge un proyecto de educación integral, de desarrollo sustentable en cada Departamento del país, una economía solidaria que combata el latifundio, posibilitando que las familias se beneficien con la tierra y el trabajo familiar y de micro-empresas, en especial para los indígenas y los campesinos. El cambio propuesto ayudará a superar la situación de pobreza, atraso y marginación en que vivimos. Urgen las políticas públicas que diseñen y desarrollen estas grandes líneas de acción para dar respuesta a las situaciones acuciantes de nuestro país.

Resaltamos algunos desafíos referentes a la soberanía en diversos ámbitos de la vida nacional. En primer lugar hace falta vencer la impunidad y la corrupción que han invadido nuestro país. Es necesario trabajar por la soberanía territorial, energética y alimentaria, superando diversos factores que agreden nuestra integridad como nación, con mayor y mejor presencia de las instituciones del Estado, acompañando a las poblaciones más alejadas en lo material, espiritual y cultural.

El desarrollo integral debe promover una economía y ecología sustentables mitigando el impacto del modelo vigente de producción agrícola y ganadera, con políticas de explotación racional de la tierra, de los bosques y de los cursos hídricos. Se deben extremar los cuidados en el uso de productos tecnológicos y químicos que pongan en peligro la salud, la alimentación y la vida de las personas y que obligan a las migraciones forzadas del campo a la ciudad, con graves consecuencias sociales.

Una tarea todavía pendiente es encauzar la reforma agraria integral y participativa, recuperando las tierras públicas mal habidas que permitan el arraigo y las condiciones de vida digna y plena de las poblaciones afectadas. Es urgente afrontar la reforma del Poder Judicial con criterios de idoneidad profesional y competencia moral de sus miembros, para llevar adelante el combate frontal a la corrupción.

La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que entre las causas que en mayor medida concurren a determinar el subdesarrollo y la pobreza de los países se encuentran el analfabetismo, las dificultades alimenticias, la ausencia de estructuras y de servicios, la carencia de medidas que garanticen la asistencia básica en el campo de la salud, la corrupción, la precariedad de las instituciones y de la misma vida política. (Compendio de la DSI, 447).

Los problemas de larga data no se solucionan de la noche a la mañana, y requieren una clara conducción nacional, así como voluntad política y desprendimiento de los sectores más pudientes para generar condiciones de mayor equidad. En este contexto, reiteramos nuestro llamado a aprobar e implementar el impuesto a la renta personal y otros mecanismos tributarios que permitan una justa redistribución de la riqueza generada en el país y que se refleja en el importante crecimiento del producto interno bruto.

Para fortalecer la democracia, los partidos políticos y sus líderes deben ser conscientes que es necesario priorizar los grupos sociales más desfavorecidos por medio de una política social que supere gradualmente el asistencialismo y promueva una economía solidaria.

En este orden, los actores sociales y políticos, en especial los católicos, deben converger, en una mayoría significativa, en torno a algunos valores y objetivos centrales que permitan trazar un camino hacia un proyecto país coherente que mude las condiciones actuales de vida, en una sociedad más justa. Para ello, el ejercicio de la política partidaria debe superar los antiguos y repetidos vicios que priorizan los intereses particulares y de movimientos por encima de una visión que contemple los intereses de la sociedad en su conjunto. La población tiene que sentirse segura y con confianza en los actores políticos. El acontecimiento del Bicentenario de la Independencia Nacional nos interpela a todos a demostrar un mayor amor a la Patria, con gestos y actitudes concretas.

La Doctrina social de la Iglesia sobre política

“El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad, como titular de la Soberanía. El pueblo transfiere de diversos modos el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige libremente como sus representantes. El sólo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política" (CDSI, 395).

"La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándolas y orientándolas hacia la realización del Bien Común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales" (CDSI, 394). "La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral que tiene a Dios como primer principio y último fin" (CDSI, 396). "La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales" (CDSI, 397). Por su parte "El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio" (CDSI, 399).

La Iglesia afirma que la paz es fruto de la justicia. “La paz peligra cuando a las personas no se les reconoce aquello que les es debido en cuanto a su condición humana, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común”. (Compendio de la DSI, 494). La Constitución Nacional declara que nuestra democracia es representativa y participativa, la que debe basarse en la promoción y respeto de los derechos humanos. “Una democracia sin valores se vuelve fácilmente una dictadura que termina traicionando al pueblo" (cfr. DA, 74).

VI.             LA IGLESIA EN EL PRESENTE, DE CARA AL FUTURO DEL PARAGUAY

Los símbolos patrios

En la conmemoración del Bicentenario hemos de concentrarnos en aquellos valores que presiden el Escudo Nacional y que están contenidos en el Himno Nacional:libertad; paz y justicia; unión e igualdad” son valores evangélicos y asumidos en nuestros símbolos patrios. Hoy nos preguntamos: ¿Cómo ha  servido este ideal nacional para la transformación de nuestra convivencia humana en mayor fraternidad, solidaridad y desarrollo integral y superar la inequidad social que arrastramos históricamente? Estos valores deben impregnar la conciencia de la ciudadanía a fin de realizar una verdadera democracia, la que garantice la justicia y la paz, la unidad y la igualdad.

El hombre avanza en el desarrollo humano sostenible adhiriéndose a los valores fundamentales, bebiendo de la fuente de donde proceden la justicia y la paz como se lee en el Salmo 85: "La Gracia y la Verdad se han encontrado, la Justicia y la Paz se han abrazado: de la tierra está brotando la verdad y del cielo se asoma la justicia." Sólo así los hombres pueden trabajar unidos y transitar por los verdaderos caminos de la paz, del desarrollo y de su propia dignificación.

En las Bienaventuranzas Jesús nos muestra el camino diciendo: "Dichosos los que trabajan por la paz", "Dichosos los que buscan la justicia y sufren por ella" (Cfr. Mt 5, 1, ss). Estos valores han acompañado nuestra historia patria. Junto con los otros símbolos de la Patria como la Bandera Nacional, el Himno Nacional, el Escudo es un lenguaje que se debe descifrar y hacer hablar, no sólo con palabras, sino con la misma vida ciudadana.

Asimismo, el Himno Nacional pregona la unidad, la igualdad y la libertad. Resuenan las palabras de Jesús a sus discípulos: “para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17,21); “Yo soy la Vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15,5). “Ámense unos a otros como yo les he amado” (Jn 15,12). “No hay mayor amor que aquel que da su vida por sus amigos, yo los llamo amigos” (Jn 15,13). Estas frases célebres del Señor nos invitan a trabajar por la unidad. La unidad es la conjunción de ideas, acciones que proceden de un cuerpo cohesionado, colectivo. Unidad que en términos cristianos significa comunión. Lo que Jesús pregona es la comunión íntima con Él. No es una unidad que pueda quebrarse según la voluntad de algunos. Es la unidad en la raíz del ser y que conlleva el compromiso con la verdad, la libertad y la bondad.

De la unidad se desprende la consideración sobre la igualdad. La igualdad entre los seres humanos se basa sobre la misma dignidad y los derechos humanos. Es ella la aceptación del concepto de fraternidad fundada en el amor-caridad y que produce la acción comunitaria. Así entendemos el sentido de un solo Cuerpo y un solo Señor. De ahí que los valores humano-cristianos, que se especifican en los símbolos nacionales, encuentran toda su fuerza constructiva en la aceptación del Evangelio de Cristo. Es así que la nueva evangelización tiene una incidencia decisiva en la gestación de la novedad de un pueblo que todos queremos.

La Nueva Evangelización

Los Obispos en Aparecida (2007) muestran luces y sombras en nuestra evangelización en América Latina. Hay muchos signos de vitalidad y crecimiento en la Iglesia. Pero, ellos también denuncian una pastoral de conservación cuyas características se encuentran también en nuestras comunidades cristianas del Paraguay. El hecho de que muchos abandonen la Iglesia para pasar a las sectas o a otras iglesias evangélicas, delata la poca formación doctrinal y catequística que reciben en nuestras parroquias. El sacramentalismo sin el suficiente acceso a la Palabra de Dios no forma al verdadero encuentro con Jesucristo y con su Iglesia. La escasez vocacional indica que las familias cristianas aún no promueven en sus hijos la vocación sacerdotal y consagrada. Estas y otras más señales pastorales nos ponen en alerta ante la necesidad de una conversión pastoral profunda y creativa. Como afirma Aparecida, hay que pasar a una pastoral decididamente misionera:

“Es necesario formar a los discípulos en una espiritualidad de la acción misionera, que se basa en la docilidad al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia. No es una experiencia que se limita a los espacios privados de la devoción, sino que busca penetrarlo todo con su fuego y su vida. El discípulo y misionero, movido por el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, aprende a expresarlo en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana” (DA, 284).

La Nueva Evangelización tiene que ver con el anuncio de la presencia y acción de Jesucristo resucitado en las realidades de un mundo cada vez más pluricultural e intercultural. Este anuncio conlleva la transmisión de los valores promulgados por Cristo durante su vida terrena y que interpelan a la humanidad a asumirlos para encontrar su verdadero sentido humano.

El contexto más amplio para implementar la Nueva Evangelización es la globalización. El Papa Benedicto XVI nos dice: “La novedad principal ha sido el estallido de la interdependencia planetaria, ya comúnmente llamada globalización. Pablo VI lo había previsto parcialmente, pero es sorprendente el alcance y la impetuosidad de su auge. Surgido en los países económicamente desarrollados, este proceso ha implicado por su naturaleza a todas las economías. Ha sido el motor principal para que regiones enteras superaran el subdesarrollo y es, de por sí, una gran oportunidad. Sin embargo, sin la guía de la caridad en la verdad, este impulso planetario puede contribuir a crear riesgo de daños hasta ahora desconocidos y nuevas divisiones en la familia humana. Por eso, la caridad y la verdad nos plantean un compromiso inédito y creativo, ciertamente muy vasto y complejo. Se trata de ensanchar la razón y hacerla capaz de conocer y orientar estas nuevas e imponentes dinámicas, animándolas en la perspectiva de esa «civilización del amor», de la cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura”(Caritas in veritate, 33).

Reafirmamos nuestra prioridad pastoral de promover la familia y el matrimonio entre varón y mujer, con todos los valores que hacen a la vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural. Nos comprometemos a privilegiar la atención a los jóvenes, mediante una pastoral de juventud, creativa y renovada, que responda a  las nuevas situaciones culturales en que ellos viven. Los indígenas y campesinos, los más pobres y abandonados son para nosotros, motivo de trabajar con mayor intensidad y en redes con los organismos nacionales para superar su situación de pobreza.

VII.          SER DISCÍPULOS MISIONEROS: DESAFÍO PARA LA IGLESIA

Líneas comunes de acción pastoral y conversión pastoral

Un pueblo que profesa la fe cristiana y católica debe impulsar un proyecto evangelizador que convenza a todos de la belleza y la pasión de seguir a Cristo en su Iglesia. Porque no existe una Iglesia sin Cristo y un Cristo sin la Iglesia.

Cristo nos llama en su Iglesia a ser discípulos misioneros. Llenos del ardor apostólico hemos de dar testimonio vivo de Cristo, quien está presente en el mundo de Hoy. Por eso, a fin de anunciarlo, todo creyente debe convertirse a Él. Se trata de una conversión personal profunda, comprometida, fiel. Pero también debe llevar a una radical y valiente conversión eclesial y social. Todo el conjunto humano-cristiano debe respirar la fe en Cristo resucitado. Toda la sociedad debe asumir las dificultades y sufrimientos a la sombra de la cruz de Cristo, como camino de redención y de resurrección.

Mirando hacia nuestra comunidad eclesial, como Pastores de la misma, invitamos en este tiempo de cambios a renovarnos desde las líneas comunes de acción pastoral, revisando en primer lugar nuestra vivencia de la comunión eclesial en todas sus dimensiones y exigencias. Reconociendo el camino andado y lo que nos queda por recorrer, nuestra reflexión estará centrada en la “Nueva Evangelización para un Nuevo Paraguay”, la que nos permitirá crecer aún más en la comunión dando testimonio de santidad como discípulos de Jesucristo en la coherencia de vida.

Necesitamos afrontar con toda su exigencia el llamado a una autenticidad y coherencia de vida por medio de un claro testimonio cristiano y de una santidad de vida de los miembros de la Iglesia. Nuestra evangelización no puede ser superficial o reducirla a un barniz cultural o más bien folclórico. Ella debe transformar profundamente los criterios de juicio, así como las visiones antropológicas y culturales que debilitan el sentido de la vida, el concepto de matrimonio y de familia, y vulneran los genuinos derechos de los niños y de los jóvenes a una educación integral, basada sólidamente en una cultura verdaderamente humana y cristiana.

Todo lo anterior no será posible sin una adecuada formación que responda a las necesidades y desafíos actuales y de carácter permanente. Este es otro gran desafío para la conversión eclesial que, además de la gracia de Dios, requiere de reflexión y una adecuada implementación pedagógica.

La Misión Continental Permanente favorece, en nuestras comunidades, el paso de una pastoral de conservación a una pastoral con espíritu misionero, vivido en la familia, en las pequeñas comunidades eclesiales, en la parroquia y en la diócesis. Ese espíritu misionero-evangelizador nos llevará a una Iglesia en estado permanente de misión, compartiendo el pan y nuestros bienes materiales, como los primeros cristianos, para su plena realización.

VIII.       CONCLUSIÓN

Los Obispos del Paraguay creemos que la evangelización debe formar un nuevo hombre paraguayo, que ama entrañablemente a Dios, a su patria, a la Iglesia y a los hermanos y hermanas más necesitados del amor de Dios. Como Nación unida en la justicia, en la igualdad y la paz, proyectemos una visión de esperanza para que la patria se convierta en “nación santa y consagrada” a Dios. Queremos entregar a la posteridad un pueblo nuevo, que en la celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional, se mira en su interioridad para redescubrir sus raíces cristianas.

Invitamos a asumir el pensamiento siempre actual de Mons. Juan Sinforiano Bogarín, expresado en su testamento: “Repasemos la historia, de las luchas intestinas que bien han maltratado, desangrado y dividido a la familia paraguaya: ninguna de ellas trajo el bien que se prometía. El odio destruye, la paz edifica. Busquemos pues, el engrandecimiento de nuestra Nación; ese engrandecimiento que se basa en la honestidad y la laboriosidad de los individuos, en la solidez y la dignidad de las familias, en la rectitud de los jueces, en la honorabilidad de los comerciantes, en la sabiduría de los maestros, en el fraternal amor de todos los paraguayos que trabajan con la mira puesta únicamente en el progreso incesante de la Patria amada.”

Exhortamos a todos a caminar hacia el cumplimiento del designio de Dios, con la mirada firme y confiante, porque sabemos que el Señor nos bendice y que María Santísima nos acompaña como Madre bondadosa y fiel.

Pedimos a la Venerable Hna. María Felicia de Jesús Sacramentado, (la querida Chiquitunga) Carmelita Descalza, que su celo apostólico nos contagie con el amor a Cristo y a su Iglesia; que nos ayude a mantener el espíritu de un pueblo fuerte y lleno de esperanza.

Confiamos en la intercesión de Nuestra Señora Virgen Inmaculada de Caacupé y de los Santos Mártires, Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo. Mediante una nueva efusión del Espíritu Santo, seamos audaces discípulos misioneros, forjadores de una Nueva Evangelización para un Nuevo Paraguay en el Bicentenario de la Independencia Nacional.

Con sincero afecto de Pastores, bendecimos a todos.

Asunción, 5 de noviembre de 2010

LOS OBISPOS DEL PARAGUAY

Venezuela

 
Carta pastoral de los Obispos Venezolanos
con ocasión del Bicentenario de Independencia

SOBRE EL BICENTENARIO DE LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA  DE LA REPÚBLICA


XCIII ASAMBLEA PLENARIA ORDINARIA DEL EPISCOPADO VENEZOLANO

Conferencia Episcopal Venezolana
Caracas, 12 de enero de 2010


INTRODUCCIÓN


1.- Como ciudadanos y al mismo tiempo discípulos del Señor y obispos de la Iglesia Católica en Venezuela, compartimos con nuestros hermanos en la fe, y con miembros de otros credos y convicciones, el ser hijos de este pueblo al que amamos, con cuyo pasado, presente y futuro nos identificamos, y con cuyo ideal de libertad y justicia, de paz y bien, nos sentimos plenamente comprometidos.


2.- Consideramos, por tanto, nuestro deber y derecho, compartir con toda la comunidad nacional, algunas reflexiones y orientaciones, a propósito de las fechas nacionales bicentenarias que nos disponemos a celebrar: el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811. Al hacerlo, no olvidamos lo que ya en 1965 el Concilio Vaticano II decía sobre la Iglesia: ella sabe muy bien que todos sus miembros no siempre fueron fieles al Espíritu de Dios, que aún hoy es mucha la distancia entre el mensaje que anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros, y comprende cuánto debe aún madurar en su relación con el mundo (GS 43); reconoce también los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano (GS 44).


3.- Por ello, la Iglesia, con humildad, no teme declarar que cuando anuncia a Jesús y su Evangelio no lo hace con un saber que compite con otros y menos aún desde una “ideología” que oprime o excluye. Cuando denuncia injusticias o indignidades, no condena a la persona o se opone a la legítima autoridad, sino que cuestiona excesos o distorsiones arbitrarias. Asimismo, al convocar, animar u organizar obras y servicios, “no hace política”, invadiendo esferas ajenas, sino que actúa, espiritual y moralmente comprometida, a favor de la persona toda: cuerpo, mente, espíritu.


UN HERMOSO SUEÑO


4.- La Patria está a las puertas del segundo centenario de su nacimiento como país independiente, libre de vínculos coloniales con la corona española y comprometido con una absoluta liberación de todo coloniaje. En efecto, entre el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811, los fundadores de la patria tomaron la difícil decisión de formar la República de Venezuela, y proclamaron un hermoso sueño nacional, conscientes de la grandeza del mismo, del sacrificio que implicaba, así como de las limitaciones para llevarlo a cabo.


5.- Tanto el 19 de abril como el 5 de julio fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad. La autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje no tuvieron que recurrir al poder de las armas o a la fuerza y a la violencia. La sensatez en el intercambio de ideas y propuestas respetó a los disidentes y propició el anhelo común de libertad, igualdad y fraternidad.


6.- No podemos menos que hacer hoy memoria, con emoción y gratitud, de lo que esos fundadores formularon en el Acta Solemne de Independencia:


Nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Venezuela, poniendo por testigo al Ser Supremo de la justicia de nuestro proceder y de la rectitud de nuestras intenciones, implorando sus divinos y celestiales auxilios, y ratificándole en el momento en que nacemos a la dignidad, que su Providencia nos restituye, el deseo de vivir y morir libre: creyendo y defendiendo la Santa y Católica y Apostólica religión de Jesucristo, como el primero de nuestros deberes; Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y autoridad, que tenemos del virtuoso Pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al Mundo, que las Provincias Unidas son y deben ser de hoy más de hecho y de derecho Estados libres, Soberanos e independientes, y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España … , y que como tal Estado libre e Independiente, tiene un pleno poder para darse la formas de gobierno, que sea conforme a la voluntad general de sus Pueblos … y … todos los demás actos, que hacen y ejecutan las Naciones libres e independientes..


7.- El Acta también afirmaba que, “como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra”. Particularmente significativa es la convicción de que la búsqueda “de nuestro propio bien y utilidad” no se quiere “establecer sobre la desgracia de nuestros semejantes”.


8.- Los padres fundadores de la patria, herederos de una tradición cristiana que ya contaba tres siglos en este suelo, reafirmaron esa fe con pública proclamación; deseaban que la República de Venezuela naciera, por tanto, bajo la inspiración de la fe en Jesucristo e imploraron la ayuda divina para la realización de ese sueño de libertad, de unidad, de paz. La decisión se tornó oración, la cual lleva siempre más allá de las propias debilidades, y fortalece continuamente una esperanza y un compromiso mayores por alcanzarla. Así empezó la República.


9.- Este hermoso sueño y propósito de reconocer la dignidad de todos, de lograr formas de convivencia y libertad para toda persona sin exclusión, era una aspiración primordial, pero imperfecta. Era sólo el inicio de un largo camino. En efecto, no se reconocía entonces la igual dignidad de indígenas, esclavos, negros, pardos, mestizos y blancos de orilla, ni se daba el mismo trato a los propietarios y a los carentes de medios materiales. La intención del proyecto no integraba en el nuevo orden las necesidades y aspiraciones más profundas y justas de vastos sectores. De derecho, todos estaban incluidos en la esperanza y en la bendición de Dios, invocada para romper con el pasado y emprender una larga marcha hacia la construcción de una forma de convivencia que, de verdad, fuera ámbito de vida, de libertad y de dignidad para todos; de hecho, sin embargo, la gran mayoría de los sectores populares quedó excluida.


10.- Este proyecto de una república independiente e igualitaria, no fue plenamente comprendido y aceptado, razón por la cual, desde un principio, muchos se opusieron a él y a la Independencia que lo sustentaba, produciéndose, por consiguiente, una división de la República naciente en bandos enfrentados; división que traería muy pronto la peor de las desgracias: la guerra intestina o entre hermanos, que sólo más tarde se transformaría en guerra de naciones.


AL TÉRMINO DE DOSCIENTOS AÑOS DEL 19 DEL NACIMIENTO DE LA PATRIA


11.- Esta distancia temporal se nos presenta, primero, como hecho cronológico, pero es, ante todo, tiempo humano en cuanto acción libre, acontecimiento, proyecto histórico, y tiempo cristiano, de creación, encarnación y salvación. Por todo ello, este tiempo exige rememoración fiel y crítica, conciencia y compromiso actuales, y esperanza de humanización.


12.- Más allá de las propias fronteras, a la caída de la primera república, Venezuela emprendió el camino de la libertad con los demás países de común herencia cultural. Luchó por otros y con otros pueblos, pero nunca contra pueblos hermanos, sino con sentido y conciencia de integración y solidaridad fraterna.


13.- Sin embargo, toda guerra deja consecuencias nefastas en los más diversos órdenes. La vida republicana estuvo plagada, a partir de 1830 y durante todo el siglo XIX, del virus militarista de golpes y montoneras, cuyas consecuencias negativas impidieron un desarrollo social, económico y político más fructífero.


14.- El siglo XX vio desaparecer las guerras civiles. Sin embargo, vivimos también las experiencias negativas de las dictaduras que conculcaron los derechos humanos fundamentales. Ni siquiera el progreso material puede justificar ninguna dictadura.


EL TIEMPO PRESENTE


15.- Queremos, sin embargo, concentrar nuestra reflexión en la etapa democrática iniciada a raíz de enero de 1958. Estas últimas décadas pueden desglosarse en dos períodos significativos y crecientemente contrastantes. El primero se caracterizó por una relativa bonanza económica, una significativa movilidad social ligada a la generalización de la educación y la formación profesional, así como por una consolidación de la institucionalidad democrática, el afianzamiento de una cultura civilista, de pacificación y pluralismo. Hubo, además, progresos significativos en el orden de la salud, educación e infraestructura.


16.- En lo tocante a la Iglesia católica pueden destacarse la creación de diócesis y parroquias, la regularización de las relaciones Iglesia-Estado, un fortalecimiento de su red de organismos y servicios con el aumento de presencia de vida religiosa y laical, así como una renovación de su conciencia de identidad y misión evangelizadoras, en la línea del Concilio Vaticano II y de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano.


17.- Ese primer período experimentó su quiebre a finales de los años setenta. La superabundancia de recursos debida a los precios del crudo, no sólo dislocó la economía, sino que marcó el inicio de una creciente desilusión en las mayorías populares: la democracia integral no era para todos.


18.- Sin embargo, al no utilizarse la renta petrolera con real justicia y equidad, surgió un ansia de cambio más profundo, en el que se retomara el camino hacia una más equitativa justicia distributiva, un combate más vigoroso contra la corrupción y los privilegios, y una más efectiva participación, haciendo que los más pobres fueran auténticos sujetos activos, protagonistas, de la cosa pública. Un logro positivo de este período fue la descentralización.


19.- La vida nacional fue experimentando, pues, un desgaste y distorsión en la convivencia democrática por agotamiento de los partidos políticos, desencanto de la participación ciudadana y la insuficiente e inadecuada atención a las necesidades reales y expectativas sentidas de las grandes mayorías empobrecidas y crecientemente relegadas. Todo esto, junto con promesas insatisfechas y legítimas ansias de reconocimiento no tomadas en consideración, crearon una matriz favorable al surgimiento de alternativas transformadoras, más allá de un simple cambio de gobierno. Eso fue lo que prometió el candidato triunfador en la campaña electoral de 1998.


20.- El segundo período, en el cual estamos, abarca las últimas tres décadas hasta hoy. La transformación iniciada en 1998, fue el resultado de un profundo anhelo, definido como un proyecto inédito de “refundar” la República, , y por eso contó inicialmente con un gran respaldo popular; sin embargo, el mismo se ha venido concretando en un “proceso de cambio”, primero de régimen, por un proceso constituyente y una nueva Constitución; luego de sistema, calificado ahora como revolucionario, de pretensión totalitaria, ya que intenta reestructurar tanto lo socioeconómico como lo político-institucional, lo jurídico-constitucional y lo ético-cultural. Por estas razones, su ambición no sólo toca el tejido material y organizativo del cuerpo social, sino también, y sobre todo, afecta el fondo íntimo, espiritual, del alma nacional. Todo esto, en su ideario y realizaciones, no sólo se presta a grandes ambivalencias y ambigüedades, sino que contradice elementos fundamentales de una auténtica cultura democrática.


21.- Es un mal de la nación, en uno y otro período, el que millones de venezolanos continúen, todavía hoy, sumidos en condiciones materiales, institucionales y morales indignas de su condición humana, y permanezca frustrado el propósito de construir una República, para todos en la riqueza de su diversidad y libertad, y con todos en la comunidad de su solidaridad y fraternidad. Las élites de antes y de ahora no han logrado que el pueblo sea sujeto capacitado y autónomo. Y el proyecto de socialismo del siglo XXI, pregonado ahora, dista mucho de lo que el pueblo venezolano aspira y reclama.


22.- Hoy, a doscientos años, los venezolanos puestos delante de Dios, hemos de confesar que sólo en parte hemos cumplido el propósito de los fundadores. Estamos contrariando la divisa fundacional ya mencionada de “no establecer nuestra felicidad sobre la desgracia de nuestros semejantes”. Nuestro pueblo experimenta grandes privaciones en medio de la abundancia de recursos petroleros; muchos hermanos nuestros carecen de oportunidades de empleo estable para una vida digna, y sobreviven y trabajan en medio de grandes dificultades y temores; el despilfarro, la corrupción y la ineficiencia acaban con los recursos que debieran convertirse en vida y no en confrontaciones, incertidumbres y desesperanza. Estas y otras carencias, han sido una constante en nuestro devenir republicano.


23.- ¿Qué exigen en concreto estos desafíos? Ante todo y de manera resumida: un compromiso firme de luchar contra una anti-cultura de explotación, dominación y arbitrariedad; de división, violencia y exclusión; y, positivamente, de crear, de verdad, un “espacio común”, espiritual y social, donde la dignidad de cada uno sea reconocida y promovida por la laboriosidad, la conciencia y la responsabilidad de todos; y por instituciones que encarnen el respeto y la equidad, que apunten a la promoción de la totalidad de los derechos humanos universalmente reconocidos.


24.- Nos anima la firme esperanza de que todo aquello que vaya en contra del propósito fundacional de la Venezuela libre y soberana, justa, solidaria y fraterna, no triunfará. La voluntad de labrar un futuro cada vez mejor, en la convicción del triunfo definitivo de la vida y de la libertad sobre la muerte y cualquier forma de opresión, ha sido, es y será motivo y razón de lucha de un pueblo que cree, ama y espera.


CONFIADOS EN DIOS


25.- En muchas cosas la Venezuela de hoy es distinta de aquella que inició su camino de independencia y soberanía entre las naciones del mundo. Si nuestros padres fundadores en su tiempo, junto con la libertad y la dignidad, afirmaban su deseo de seguir “creyendo y defendiendo la Santa Católica y Apostólica Religión de Jesucristo”, que era la compartida por la mayoría de los que habitaban esta tierra, hoy conviven con nosotros muchos venezolanos que no pertenecen a nuestra Iglesia, gracias a la libertad de conciencia por ella reconocida y que la historia nos ha aportado como logro de dignidad humana. A todos nos une el deseo y la búsqueda de fraternidad, de libertad, de justicia y de paz. Es necesario, pues, que cada miembro de este pueblo, desde su propia identidad interior aporte lo mejor de su espíritu y lo ponga al servicio de una República unida y multicolor, pues por encima y más allá de diferencias de credo, situación social, ideología o pertenencia partidista y otras, los venezolanos somos personas con una igual dignidad, miembros de un solo pueblo, y para los creyentes en Cristo, hijos de un mismo Padre, creados a imagen y semejanza: de Dios, que es Amor (1Jn. 4,8).


26.- El noble espíritu de la génesis republicana se especifica ahora, por tanto, en el llamado a todos a la libertad, a la dignidad y al amor solidario. En efecto, Dios nos interpela como al Caín asesino“¿dónde está tu hermano Abel?” (Gn.4,9).


27.- En este contexto, nosotros, Obispos, en el nombre de Jesús, le decimos a nuestros hermanos venezolanos lo mismo que los apóstoles Pedro y Juan, al entrar al templo de Jerusalén, le dijeron a un paralítico que pedía limosna: “No tenemos oro ni plata, lo que tenemos te lo damos: en nombre de Jesús Mesías, el Nazareno, echa a andar” (Act.3,6). A los Pastores de la Iglesia Católica no nos corresponde lo que es propio de quienes han sido elegidos para ejercer, con gravísima responsabilidad, el servicio del bien común desde los poderes político-administrativo, legislativo, judicial y electoral, así como de los especialistas y administradores en cada profesión. Pero, sí es nuestro derecho y deber, invitar, desde el Evangelio de Jesús, a la acción humanizadora de transformar el poder en servicio y los bienes de la tierra en medios de vida y oportunidades para todos, en vez de convertir a uno y otros en instrumentos de luchas de clase, discriminación, odio, opresión e idolatría.


RECONSTRUCCIÓN DE LA CONVIVENCIA CIUDADANA


28.- Sentimos que Dios y la Patria nos llaman e interpelan, en primer término, a colaborar en la construcción o más bien reconstrucción material y espiritual de la República en un clima de de solidaridad y convivencia, que incluya a todos y en la que todos tengamos vida en libertad.


29.- Conmemorar el bicentenario significa que, entre los acontecimientos de entonces y la actualidad, el país ha recorrido un buen trecho donde se entremezclan positividad y negatividad, logros y fracasos, progresos y regresiones, construcciones y destrucciones. Conmemoramos el momento de la creación y el tiempo intermedio recorrido en dos siglos. Somos herederos de errores y aciertos. Pero al hacer memoria de un sueño, la situación presente nos impulsa a aprovechar todo lo positivo que tenemos, a superar muchas fallas y aprovechar mejor el tiempo presente. Por delante tenemos una ingente tarea.


30.- Fundamentado en la larga experiencia de siglos, reflexionada desde la comprensión del corazón humano que nos da a los creyentes Jesús de Nazaret y la rica doctrina social de la Iglesia, nutrida por la reflexión sobre los éxitos y fracasos de las sociedades modernas, decimos no al individualismo y no al estatismo. No al individualismo, afirmando con fuerza la dignidad personal, pero vivida con espíritu de solidaridad y convivencia fraterna, que promueve la vida de los otros frente a todo egoísmo y aislamiento individualistas. Decimos no al estatismo, pues está a la vista, por doquier, el desastre que han producido y producen los proyectos autoritarios y hasta totalitarios, de diverso signo, que impiden la creatividad y la libertad ciudadanas.


31.- La deuda social, las consecuencias de la falta de continuidad administrativa y el costo pagado por el populismo y el derroche son inmensos. Es mucho lo que tenemos que corregir. Es patente el sufrimiento humano de las mayorías cuando se coarta la libertad con leyes e instituciones que deterioran la vida humana.


32. Debemos asumir a la persona como sujeto singular de derechos y deberes, abierta solidariamente a los demás; lo contrario del egoísmo y de la masificación. Requerimos ciudadanos como agentes conscientes y beneficiarios del bien común, partícipes y actores de la soberanía popular. Necesitamos institucionalidad, es decir, intermediación eficaz de la libertad, responsabilidad subsidiaria por lo público y común. Y en ella, deseamos un Estado como instrumento apto, propiciador del mayor grado de felicidad para todos, con instituciones, leyes y servicios públicos justos y efectivos que promuevan y garanticen el bien común a través del florecimiento de la creatividad y libertad solidarias.


33.- Vamos a construir juntos, en unión de corazones, de ideales y esperanzas, una Venezuela de hermanos, entregada con trabajo y responsabilidad a transformar los inmensos recursos con que Dios la ha dotado, para convertirlos en salud, educación, seguridad, vivienda digna y sobre todo en oportunidades de trabajo productivo, pilar fundamental del desarrollo humano integral para todos.


VENEZUELA PARA TODOS


34.- Dios nos acompaña llamándonos al bien y dándonos fuerzas para hacerlo. Exige amar no sólo a los nuestros, a los de nuestra simpatía política, a los de nuestro sector social, color o religión. Dios es padre de todos y su amor quiere liberar a todos, incluso liberarnos de nosotros mismos y de nuestro miedos y limitaciones. Nos hace sentir que mientras no nos decidamos a reconciliarnos como hijos suyos y hermanos unos de otros, y a renovar la firme voluntad de reconstruir la República para todos, no habrá Venezuela digna y libre para nadie. Una Venezuela sólo para unos pocos va contra el plan de Dios y contra aquel hermoso proyecto fundacional que los padres de la República dejaron plasmado en el Acta de nuestra Independencia.


35.- La tarea no es fácil, como no lo fue entonces. Las resistencias son muchas y se requiere sacrificio y constancia, como nos lo demostró el Libertador con su vida y sus palabras visionarias. Es hora de construir verdaderas comunidades con igualdad de participación, de abrirnos al optimismo y de reencontrarnos todos como venezolanos en el abrazo de la dignidad y del amor de hijos de Dios; un abrazo que nos renueve en el reconocimiento y en la afirmación de los otros, de aquellos que tendemos a rechazar, incluso a odiar, y de aquellos a los que por ideas diversas o sectarismos políticos excluimos. Dios quiere para nosotros una Venezuela en la cual la unión, el perdón y el amor sean las bases sólidas para que el hermoso proyecto fundacional se convierta en realidad, sin las limitaciones que en estos doscientos años de historia lo han frenado.


36.- La fecha del 19 de abril nos plantea, para hoy y para el futuro, una gran responsabilidad, a la que Dios nos llama cuando nos ordena, “no matarás” (Dt.5) y “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lc. ): a todos, pero de manera especial a los dirigentes y líderes políticos, empresariales, culturales y sociales, que por su posición en la sociedad están llamados a presentar al país proyectos de transformación y avance que sean, al mismo tiempo, realistas e inspiradores, para producir efectivo bienestar e inclusión.


IGLESIA RENOVADA PARA UN MEJOR SERVICIO


37.- En el año 2007 los obispos en Aparecida (Brasil) reflexionamos con preocupación sobre los graves problemas que se viven en América Latina y el Caribe y llamamos a todos los católicos a una misión continental para que la vida y enseñanzas de Jesucristo nos renueven espiritualmente y transformen la actividad económica, social y política, estimulándola y orientándola para la promoción de una vida digna de nuestros pueblos. Sin propuestas articuladas en función y beneficio de todos, no puede haber país en paz y desarrollo.


38.- La Iglesia que peregrina en Venezuela, comprometida con la Misión Continental, concluyó desde 2006 un Concilio propio, en el cual analizó, entre otras cosas, los males que nos aquejan y los caminos de gestación de una nueva sociedad. Ahora invita a que esta renovación moral y social se una a la llamada por los doscientos años de la Patria, para así llegar, con democracia y participación, a proyectos concretos en los que las necesidades y esperanzas de la gente encuentren respuestas específicas, con programas bien pensados para la reconciliación y reconstrucción de la Nación, la felicidad de unos no descanse sobre la miseria y negación de otros, y la justicia y la libertad se den la mano para producir la paz, la convivencia y la vida digna que tanto necesitamos.


39.- Este año bicentenario, en el que la Iglesia hace memoria de su importante aporte a la formación del país y a la tarea que se le planteó en el acompañamiento educativo y ético-espiritual de la etapa republicana, es propicio para renovar su compromiso con la marcha actual y futura de la nación en la perspectiva de un desarrollo integral y un genuino humanismo cristiano.


40.- En este sentido, nuestra Iglesia cuenta con un conjunto doctrinal sólido proporcionado por el Concilio Plenario de Venezuela, el cual constituye el fundamento de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance para su renovación en función de un mejor servicio a nuestro pueblo. Urge, por consiguiente, su puesta en práctica, decidida y responsable, a lo ancho y largo del país.


41.- Del Concilio Plenario tenemos dos documentos que, de modo muy particular, formulan el compromiso de los católicos, unidos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, con la construcción y reconstrucción del país en el sentido de la justicia, la libertad, la fraternidad y la paz. Se trata de los documentos La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y Evangelización de la cultura en Venezuela.


42.- La acción de la Iglesia en el campo de lo histórico-cultural, se desenvuelve en tres vertientes complementarias: denuncia, anuncio y compromiso, en relación con lo que toca a la dignidad de la persona humana y sus derechos y deberes fundamentales, en los campos socioeconómico, político-institucional y ético-cultural. La labor en  educación, salud, atención a niños y ancianos, así como las obras de caridad y la de presencia en zonas populares y marginales, se realiza en esa dirección.


43.- En relación con lo anteriormente expresado, como Pastores manifestamos nuestra decisión de impulsar una decidida puesta en práctica de las orientaciones conciliares. En ello está en juego todo lo relativo a valores como la defensa y promoción de los derechos humanos; lo tocante a la superación del empobrecimiento, la exclusión y las hegemonías, mediante la promoción de la justicia, la participación y la subsidiaridad; así como el fortalecimiento de la democracia y la sociedad pluralista, la educación libre hacia un desarrollo compartido y el dinamismo cultural orientado a una calidad espiritual de vida.


CONCLUSIÓN


44.- En el marco de la situación actual del país, la conmemoración bicentenaria del 19 de abril y del 5 de julio ofrecen una invalorable oportunidad para un examen de conciencia nacional acerca de lo que hemos hecho con la República heredada de los fundadores de la nación y, sobre todo, de lo que nos corresponde realizar en relación a los que ellos soñaron en aquella génesis de la nación independiente.


45.- En fidelidad creadora y crítica al proyecto de entonces, hemos de promover la salud espiritual del país, reconstruyendo lo que fuere necesario, en el sentido de una sociedad auténticamente justa, sin exclusiones ni divisiones; verdaderamente libre y democrática, con pluralismo, división de poderes, estado de derecho; de calidad cultural mediante la promoción de un genuino humanismo. Una Venezuela de todos y para todos, con atención preferencial a los más débiles, sin exclusiones ni presos políticos, con el debido respeto a los procesos judiciales, con las normales garantías para la propiedad privada y con diversidad de opciones políticas. Un país soberano,, integrado internacionalmente en una real fraternidad de pueblos sin expresiones altisonantes, acciones desafiantes o  alianzas preocupantes..


46.- La Iglesia Católica en Venezuela, con respeto y afecto por otras iglesias y comunidades cristianas, así como también por otras confesiones y convicciones, se sabe con la responsabilidad de representar a la mayoría de los compatriotas, y, por ello, en fidelidad a la misión evangelizadora recibida del Señor Jesucristo, se ofrece como servidora de todo nuestro pueblo por el cumplimiento del mandamiento máximo del amor, a Dios y a los hermanos.


47.- En el cumplimiento de esta misión, los pastores de esta Iglesia invitamos, pues, a todos nuestros hermanos en la fe y a todos los venezolanos en general a poner lo mejor de nosotros mismos para el progreso integral de la nación, entendiéndola como casa común y hogar de todos. Que la Santísima Virgen de Coromoto, Patrona de Venezuela interceda ante su Hijo Jesucristo para que construyamos una patria que responda al sueño de los fundadores y lo supere, profundizando en los valores de la libertad, la solidaridad y la paz.


Caracas, 12 de Enero de 2010.


Los Arzobispos y Obispos de Venezuela